Verano por sorpresa y música en el cerebro
Este verano no he ido a ningún festival. No hay ninguna razón concreta ni una serie de imprevistos que me lo hayan impedido, simplemente creo que el verano me pilló un poco a contratiempo y por sorpresa. Aún ahora, ya casi a un mes de mi cumple —de pequeña marcaba para mí la mitad del verano—, con las piernas algo morenas y todo el mundo compartiendo fotos del Paredes de Coura, me siento algo descolocada. ¿Segunda quincena de agosto? No puede ser.
Y, sin embargo, creo que este verano he escuchado música a un nivel casi adolescente, un poco como en esos veranos en los que soñaba con Benicàssim (cuando decíamos Benicàssim y no FIB) pero no podía ir porque era pequeña. También he pensado mucho en la música y en cómo hace cosas en nuestros cerebros, en nuestros cuerpos.
Desde que fui a Colonia en mayo a ver a Better Oblivion Community Center pienso en un momento concreto que fue un poco mágico. Llegué a la sala como una hora antes de que abrieran (por estar en un grupo de fans en Facebook que me metió la ansiedad en el cuerpo). Esperé esa hora de pie. Cuando abrieron, el telonero (Christian Lee Hutson) tardó en salir como otra hora. Hubo gente que se sentó en el suelo, pero a mí me dio un poco de pereza y no lo hice, así que estuve otra hora de pie. Tocó una media hora y, otra media hora después, salieron Conor y Phoebe. Llevaba tres horas de pie y sin moverme mucho, y me dolía todo.
En mitad del concierto, de pronto, me di cuenta de que el dolor y el cansancio habían desaparecido. Me sentía ligera, con los músculos en tensión; pero una tensión buena, esa que nos sujeta y nos eleva, que hace que casi flotemos un poco. «Son las endorfinas», me dijo Raquel el otro día. «No es por la música, es cualquier cosa que te haga feliz». Esto rompió un poco mi teoría, pero tengo más ejemplos de música interfiriendo en mi cuerpo.
Hace unos meses, al llegar a casa de mis padres y apagar el coche, me di cuenta de que estaba en un estado de relajación y tranquilidad casi completo. Como si los 40 minutos que dura el trayecto los hubiese pasado meditando, eliminando todo el ruido externo e interno, borrando interferencias o esas nubes que dicen algunas técnicas de meditación que son nuestros pensamientos. Había ido escuchando el disco Historian de Lucy Dacus y, sin darme cuenta, el resto del mundo (¡no la carretera ni los coches! ¡no tengáis miedo!) había desaparecido.
Un poco como el verano en el que iba casi corriendo a la playa porque en el discman llevaba I’m Wide Awake, It’s Morning de Bright Eyes y me llenaba de nervios y ansiedad adolescente (aunque el disco es de 2005, así que fue el verano de mis 21 años) y solo podía caminar a ese ritmo de respiración contenida y dientes apretados. Lo de caminar —hacerlo todo, en realidad— al ritmo de la música se llama entrainment en biomusicología y se refiere a la «sincronización de los organismos a un ritmo externo percibido» (según Wikipedia). Hace unos meses, un estudio concluyó que los pacientes de esclerosis múltiple caminamos mejor con música y sentimos que nos cansamos menos, legitimando un poco toda una vida atada a walkmans, discmans, mp3, iPods y móviles.
Y luego están esos momentos en los que una canción te convierte en un charquito de forma inesperada. El otro día iba conduciendo con Casi 35, la playlist eterna que me hice el día antes de mi cumple, cuando sonó The Drugs Don’t Work de The Verve. Y de pronto ahí estaban los lagrimones inexplicables, quizá porque hacía muchos años que no la escuchaba, quizá por todas esas veces que la canté. O cuando en el concierto de Oasis en Castrelos las lágrimas salieron en Live Forever y me dio mucha rabia llorar con la voz de Liam Gallagher. O que sea solo y siempre Better Day, hasta ahora que ya no me importa y Simon está gordo. y viejo. O cada vez que escucho Nobody’s Empire en directo y muchas en disco también. Aunque esto a mí ya no me sorprende.
Y no voy ni a entrar en las canciones asociadas a momentos o personas porque yo fui siempre muy de «la música por la música» y despreciaba a la gente de «me gusta esta canción porque me recuerda a». Como si fuese superior o inmune a atar notas musicales a recuerdos (no lo soy, pero no se lo digáis a nadie).
¿Os acordáis de cuando decía que nunca escribo sobre música? Eso también es mentira.