Un propósito para 2022
La verdad es que no tenía pensado escribir hoy. Pensé en que es día de vacaciones y que además, no solo publiqué la lista de las cosas favoritas de 2021 hace tres días, sino que la compartí ayer en redes sociales. Compartir hoy otro post me parecía demasiado spam. Y además tampoco había pensado tema. Así que me olvidé de esto y pasé a otra cosa, hasta que uno a uno fui desmontando mis argumentos.
Da igual que haya publicado hace tres días, los miércoles son sagrados. ¿Mucho spam compartir en redes? Nadie te obliga a hacerlo. El tema llegó de la mano del episodio de un pódcast, que me recordó una conversación previa, todo impulsado por el espíritu de un nuevo año.
El episodio de pódcast fue The joy of missing out: how to manage your time in 2022, de Today in Focus, uno de los pódcast de The Guardian. Lo escuché porque lo compartió mi instaamiga Ana y es el tipo de contenido al que voy como una polilla a una luz. ¡Alegría de perderse las cosas y gestión del tiempo, todo de una fuente de prestigio que no hace que sienta que estoy escuchando autoayuda barata! Mi tipo de droga. Además, vi en la descripción que entrevistaban a Oliver Burkeman, un tipo que durante muchos años tuvo una columna sobre autoayuda y productividad, etc. en The Guardian y que el año pasado (2021) publicó un libro que se llama Cuatro mil semanas. Gestión del tiempo para mortales, que aún no he leído pero al que le tengo muchas ganas.
Play. Escuché.
Busqué a Burkeman en Spotify. Encontré otra entrevista. Play. Escuché.
Lo que propone en el libro este señor, que me cae muy bien, es sencillo: nuestro tiempo es finito (las 4000 semanas del título, si vivimos hasta los ochenta años); nunca vamos a conseguir hacer todo lo que queremos, tenemos o creemos que tenemos que hacer. Darnos cuenta de esto puede que nos ponga más nerviosos o que nos relaje. ¿Qué pasa si no acabamos esa lista de tareas, si no publicamos una obra maestra, si no escribo hoy en el blog? Nada, en realidad.
Por otra parte, cree que nuestra tendencia a la procrastinación tiene que ver con que no nos queremos enfrentar a lo que pasa si empezamos esa tarea u objetivo: la obra maestra no lo será, el proceso será difícil. Mucho mejor soñar con ella. Las redes sociales y Netflix y todo lo que hacemos en vez de hacer lo que decimos que deberíamos estar haciendo son escapismo, algo agradable que evita que nos enfrentemos a lo desagradable o simplemente a la realidad de que somos mortales. (El escapismo no tiene nada de malo, admite, pero no podemos vivir en él).
Estos días, andaba un poco preocupada porque aún no he empezado el año en mi cuaderno. No he dibujado enero ni marcado las fechas ni escrito diario. Vaya, el cuaderno está cerrado desde 2021. Escuchando a Burkeman recordé también una conversación que tuve con Tera la semana pasada, cuando me preguntó si tenía propósitos para 2022. Le dije que no, pero que en realidad yo tenía una lista que había hecho hace muchos años y que la solía reutilizar porque la mayoría de las cosas siguen siendo relevantes. La recuperé (está en un blog de esos del pasado) y la leímos juntas.
Es de enero de 2004. Entre muchos propósitos escritos de forma cursi, había algunos que nos hicieron reír. Dejar de procrastinar, usar mejor mi tiempo. «¿Ves? No necesito propósitos nuevos», dije. Burkeman tuvo un momento similar: un día se dio cuenta de que si llevaba años leyendo sobre todo esto y poniendo mil técnicas en práctica igual el problema era que estaba intentando algo imposible.
Creo que es muy humano querer aprovechar bien todos los minutos de nuestro día, pero es igual de humano que nuestro cerebro se rebele contra esa presión de tener que estar siempre haciendo algo y se lance de cabeza al escapismo y la procrastinación. Si lo que estamos evitando es algo que vamos a acabar haciendo sí o sí porque es necesario o parte de nuestro trabajo, claro que hay que intentar hacerlo antes y disfrutar de la vida después. Pero flagelarnos por no hacer algo que al final tampoco pasa nada si no hacemos no tiene mucho sentido.
Yo siempre reboto entre esos extremos. Ahora me río de esos propósitos de mi yo de 19 años y de que sean adaptables a mi yo de 37. Creo que entonces ya empezaba a darme cuenta también de que lo único importante es pasárselo bien y disfrutar siempre que podamos y que para eso no hay que hacer grandes cosas. Que un café es suficiente (o lo que sea que tomaba en esa época en la que aún no bebía café), jugar con un gato, que un libro nos atrape, ver una película que nos haga reír, escuchar una canción bonita, sentir el sol en la piel. El tipo de cosas que no solemos poner en nuestra lista de propósitos o en las listas de tareas. Y a veces también el éxtasis, claro que sí, pero no de forma constante.
Supongo que el objetivo es simplemente llenar nuestro tiempo libre —si nos queda algo— con esas cosas que hemos dejado fuera de nuestras listas de productividad. Creo que ese va a ser mi propósito de Año Nuevo. Y leer 45 libros, que ya lo he puesto en GoodReads. A ver si vais a creer que una adicta a las listas y los retos tontos como este iba a dejarlo solo porque el año haya cambiado de nombre.
(Esto no lo voy a compartir en redes sociales, vivirá aquí, inspirada por Jens Lekman (ver Mis cosas favoritas de 2021, punto 12), sin salir al mundo. Si has llegado hasta aquí, puedes dejarme un comentario, que me hará mucha ilusión).