La pulsión
Hace cinco minutos estaba sentada en el sofá, con el periódico y el café y el móvil, y me entraron muchísimas ganas de escribir. Es algo que me pasa con cierta frecuencia, pero son momentos volátiles que no siempre cazo al vuelo porque normalmente estoy haciendo otra cosa, como leer el periódico, beber café y mirar el móvil. Entro en una especie de limbo en el que valoro mis opciones, el limbo de la indecisión en el que vivo varias horas a la semana, y al final se me pasan las ganas o se hace tarde o decido que tengo que leer el periódico, que para algo estoy suscrita a la edición de fin de semana y si no lo leo ahora sé que ya no lo voy a leer.
Hoy pensé todo eso, pero al final hice el trayecto del sofá a la mesa (dos pasos) porque el café estaba llegando al cerebro y además estoy escuchando a Harry Styes porque soñé que le explicaba a mi hermana quién era (al final lo hice al despertarme, por Whatsapp) y su disco Fine Line tiene una energía veraniega que me invita más a escribir que a estar en el sofá leyendo el periódico y todas esas newsletters que llegan los domingos.
Ayer también me pasó, pero no fueron ganas de escribir, sino de salir a la calle. Eran las 16:30 y no llovía y entraba luz y mi cuerpo dijo «¡sal!». Salí y compré pan, que era algo que en mi lenta mañana no me había dado tiempo a hacer y que había decidido que ya no haría.
Últimamente me pasa bastante y yo lo leo como una señal de lo que es: energía. Que la casa se llene de luz y yo quiera salir y no disfrutarla desde un rincón del sofá, que aparezcan ideas en mi cabeza y vayan formando frases y quiera escribirlas, que sienta que necesito hacer un bizcocho, encontrarme de pronto de rodillas fregando la bañera sin haberlo planeado.
Intento que sea siempre así, como lo de la bañera: no quedarme sintiendo la pulsión y valorando si hacerle caso o no. Si no estoy trabajando, no suelo estar haciendo nada que no pueda abandonar. No pasa nada si dejo el periódico, si cierro el libro, si pongo el móvil boca abajo. Seguirán ahí cuando yo acabe de darle a mi cuerpo lo que me ha pedido (escribir, un micropaseo, un bizcocho, frotar algo); esas ganas volátiles de hacer algo, en cambio, son tan frágiles como una pompa de jabón.
Y por eso estoy aquí ahora, un domingo por la mañana mientras escucho a Harry Styles y recuerdo recorrer la costa amalfitana con Kris un noviembre de hace unos años en coche y sin turistas, con el periódico abandonado en el sofá y sin tener muy claro qué quería contar. Supongo que simplemente esto: que está guay tener ganas de hacer cosas y tener la energía para hacerlas.