Algo cambió (o dos vidas en un instante)
El último día de mi viaje a Los Ángeles en noviembre de 2019, sentada en la hierba a la orilla del Echo Park Lake, saqué mi cuaderno y me puse a escribir una reflexión final sobre aquellas dos semanas. Me encontré, casi sin esperarlo, pensando en dos decisiones muy concretas que había tomado unos años antes y que me habían llevado —de una forma que nunca hubiese podido imaginar cuando decidí enviar un mail (decisión 1) o apuntarme a un curso (decisión 2)— a estar allí en ese momento, en Los Ángeles en general y al lado de aquel lago en particular.
Me acordé de esto otra vez esta semana mientras escuchaba a Rebecca Solnit siendo entrevistada en un pódcast. Ya no sé bien a qué se refería en particular, pero hablaba de esas decisiones pequeñas y aparentemente intrascendentes que tomamos todos los días y cómo pueden llevarnos, mucho tiempo después, a un lugar, una persona, una vida distintas. Incluso las decisiones que ya valoramos como importantes en el momento de tomarlas tienen consecuencias que nunca hubiésemos podido imaginar.
En mi reflexión aquella mañana en Los Ángeles, me acordé aquellas dos decisiones porque suponían una acción, un ligero cambio de rumbo o un hacer algo que me aterrorizaba. Supongo que son las decisiones que recordamos: las que tomamos de forma consciente, con una risita temblorosa, casi con los ojos cerrados. Olvidamos lo anterior: ¿qué pequeñas decisiones diarias me llevaron a decidir enviar aquel mail o apuntarme a aquel curso? Esas son ya muy difíciles de rastrear, a no ser que contemos con un diario muy diario y muy honesto y sepamos extraer los sutiles giros que fueron guiándonos hasta un determinado momento.
Pienso en este momento en el que escribo esto. En la oficina —porque he decidido (¿cuándo? ¿cómo? ¿por qué?) que volver a publicar aquí todos los miércoles es posible aunque no esté en casa—, con el estor medio bajado para que no me dé el sol en la cabeza pero sí en el brazo, tomándome despacio un café, preguntándome si el texto avanza fluido o a trompicones (si me lo pregunto, me dice una voz crítica en la cabeza, es que va a trompicones). Muchas microdecisiones me han traído hasta aquí, pero, lo que me importa ahora: ¿hacia dónde estoy enfilando levemente mi trayectoria futura en este momento preciso? Dentro de diez años, ¿estaré sentada en un parque en una ciudad extranjera y seré capaz de trazar una línea que tenga su origen en este momento? Sé que no porque lo único que hará que recuerde este instante será que estoy escribiendo sobre él. La trascendentalidad la buscamos siempre en otros lugares.
Si dejo de pensar solo en mí misma y mi caminito por la vida (necesitamos otras metáforas más limpias y menos usadas para esto) y amplío el foco a las otras líneas con las que me cruzo diariamente, me encuentro de pronto pensando en cosas que me ha dicho la gente y que recuerdo. No lo importante, sino esos detalles que quien pronuncia nunca recordará, pero que, por alguna extraña razón, se nos quedan grabados. (Ahora el texto pide que dé algún ejemplo, pero me he quedado en blanco. ¿Estoy destrozando mi propia tesis y probando que esos encuentros insustanciales son precisamente eso? Sé que no, perdonadme).
Rebecca Solnit, que al ser una señora que escribe libros llega a mucha más gente sin necesidad de cruzársela por la calle, hablaba en la entrevista de cosas que le habían dicho lectores sobre cómo leer algo suyo había cambiado una vida. Quien decide estudiar algo, hacer algo o no hacerlo. «Iba a suicidarme, pero me puse a leer y no pude parar» (este ejemplo creo que no era sobre algo suyo, pero es muy extremo y muy visible). En lo pequeño, a lo mejor tenemos una fugaz interacción con alguien en la cola del súper, nos ponemos de buen humor y al llegar a casa decidimos enviar un mail o apuntarnos a un curso. Ojalá recordásemos esa interacción como el origen real de la decisión, aunque nunca lo es. A ese momento nos llevó decidir salir de casa. A decidir salir de casa…
La otra persona, esa señora desconocida con la que tuvimos un instante de conexión mientras buscábamos la tarjeta en la cartera para pagar la compra, a lo mejor también hizo algo distinto al salir del supermercado. Me gusta pensar que vamos por el mundo cambiándonos la vida los unos a los otros sin darnos cuenta, pero no suelo quedarme mucho rato dándole vueltas al tema. Ser demasiado consciente es, al final, demasiado abrumador.
Por si acaso: enviad ese mail, apuntaos a ese curso.
(Perdonad la poca originalidad de esta vuelta al blog, que tiene hasta una película de Gwyneth Paltrow. También sé que a veces esas decisiones nos llevan a lugares peores, pero ese es otro tema. Centrémonos en esta excusa para una canción perfecta).