El eslabón perdido de la amistad
Pienso a veces en que las palabras que usamos para arrojar un poco de luz sobre el vínculo que nos une a otra persona son algo irregulares y desiguales porque cuentan cosas distintas. Amiga, primo, hermana, pareja, conocido, persona con la que trabajé, tío segundo, cuñada. Unas, las referidas a la familia, nos hablan de la posición que ocupa esa otra persona con respecto a nosotras en el árbol genealógico, pero callan la parte importante, la de la cercanía. Las etiquetas para esa gente de árboles distintos, en cambio, sí se centran en el lugar que ocupan en nuestro corazoncito. Si hablamos de una amiga, todo el mundo sabe que el tipo de relación que nos une es más cercana que si nos referimos a alguien como «un conocido». Cuando decimos «un primo mío», en cambio, si no damos más pistas, es imposible saber si es amiguísimo nuestro o alguien a quien casi ni conocemos.
Creo que por eso me molesta que falte una palabra para un vínculo particular: el de la amistad anecdótica. He decidido llamar así a la relación que nos une a esas personas de las que casi siempre hablamos como protagonistas de anécdotas. No a esa mejor amiga a la que siempre le pasa de todo, no, sino a quien ocupa nuestra mente cuando decimos:
—Pues yo tengo un amigo que… bueno, un amigo no, hace años que no hablamos/nos vemos una vez cada cinco años/en realidad no sé ni si ha tenido hijos ni dónde vive.
—¿Un conocido?
—No, no, tampoco. Es mucho más.
Siempre que escribo sobre la amistad (mucho) siento que debo aclarar cuál es mi visión global sobre el tema. Nunca me oiréis decir que yo no otorgo el título de amigo con facilidad o a cualquiera, pero eso no significa tampoco que sea de esas personas con millones de amigos. No me gusta la primera actitud porque siempre leo entre líneas mucha desconfianza y una cierta exigencia inflexible hacia las otras personas de la que es fácil que nazcan enfados y rencores; la segunda, por su parte, me hace pensar en la típica persona que solo tiene amigos de los de salir de fiesta (mucho prejuicio aquí también). Yo creo que voy más por el medio, que es también lo que dice la RAE. Amistad es, según el diccionario, «afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato». Me gusta la definición porque es amplia y flexible, con sitio tanto para los amigos más íntimos como para los más esporádicos, con espacio para la mejora pero que no niega los estados previos.
Cuando aclaro que «bueno, un amigo no» creo que lo hago porque adivino en la persona con la que estoy hablando una definición inflexible de la amistad. Querría una palabra que dijese que hablo de alguien a quien tengo mucho cariño o con quien me gusta mucho estar, pero que por circunstancias de la vida casi ni nos vemos ni hablamos. Alguien que fue más íntimo en el pasado o que se quedó siempre en potencial, en reconocimiento mutuo de ojitos amistosos, de que en un mundo paralelo seríamos (¿somos?) inseparables. Me duele un poco decir «bueno, una amiga no» porque lo siento casi como una traición hacia ese vínculo lejano pero alegre que nos une. A la vez, temo que la persona con la que estoy hablando me haga preguntas y yo tenga que admitir que ni siquiera tengo claro a qué se dedica.
Amigos anecdóticos es en realidad un nombre poco adecuado también, porque da la sensación de que son personas de poco fiar, que solo estarán para la fiesta pero no para el aburrimiento. En general, yo confío en todas ellas, sé o adivino o quiero creer que son buenas personas. Además, intuyo que el sentimiento es mutuo y que yo también les gusto (aunque posiblemente no dediquen tanto tiempo a pensar en cómo etiquetar la relación). Me los imagino contando una anécdota en la que yo soy la protagonista. Me los imagino diciendo: «bueno, una amiga no». Y, aunque sé por qué la aclaración es necesaria, no puedo evitar sentirme un poco herida.
Reflexiono un poco más y me doy cuenta de que en realidad no hace falta esa palabra nueva para este tipo de amistad, sino tan solo ampliar nuestro concepto amistoso hacia donde nos dice la RAE. Claro que estamos hablando de amigos. Si no hubiese ese amor y ese afecto, no me sentiría tan mal al hacer la maldita aclaración. En los extremos de ese hilo invisible que nos une, ambas puertas están abiertas.