Mis 22 cosas favoritas de 2022
Ya sé, ya sé, en esta semana ya solo se puede hablar de propósitos o de por qué lo de los propósitos es una tontería. Han sonado las campanadas, hemos devorado las uvas, 2022 está ya cerradito y guardado. En mi defensa, diré que hacer listas antes del 1 de enero deja sin oportunidades de alegría al 31 de diciembre. Diré incluso que para reflexionar sobre un año es necesario tener algo de perspectiva temporal (la que otorgan estos cuatro días que ya hemos casi gastado de 2023, sí). También puedo decir la verdad: escribí esta lista primero en mi cuaderno mágico y luego de forma desordenada en mi cabeza y después en un documento y luego me perdí buscando fotos y lo fui montando en el blog y cuando le di a publicar, de pronto, ya habían pasado varios días de 2023.
No sé hacer un balance general porque noto 2022 muy difuminado y hay cosas que creo que pasaron hace cinco años que en realidad pasaron en enero y otras que fueron hace tres años y que en mi cabeza están instaladas como algo muy reciente. Pero es bonito parar y pensar y repasar mi diario y fotos y mensajes de Whatsapp y sacar esas cositas que más me alegraron en los últimos meses, envolver el año como si fuese un regalo de Reyes y dejarlo listo para su apertura en cualquier momento del futuro. O del presente. Mira, justo ahora:
1. Volver a conciertos
La vuelta fue improvisada, que es como me gusta a mí que surjan estos planes. Estaba en casa un sábado de principios de marzo perdiendo el tiempo en Instagram, cuando de pronto vi una story de The Divine Comedy donde ponía algo de A Casa da Música y 7/3. Yo ya no me fijaba nunca en las giras porque, no sé si lo recordáis, hace un año la ola ómicron provocó un montón de cancelaciones de conciertos. Pero el siete del tres era —miré el calendario— ese lunes y A Casa da Música está en Oporto. ¿Era de verdad el 7 de marzo y no el 3 de julio? Lo comprobé. Conseguí una de las últimas entradas. Reservé tren y alojamiento. El lunes por la noche vi a Neil salir a un escenario, exclamar “we’re back!” y tocar sus canciones por orden alfabético. Qué felicidad pequeñita y grande a la vez, qué impresión estar rodeada de tanta gente (¡no había los asientos de seguridad entre personas a los que estábamos acostumbradas aquí!). ¿Fue hace unos meses o hace unos años? Con el nivel conciertos ya desbloqueado, pude ir a más el resto del año.
2. Salí de la línea Vigo-Borreiros
Yo ya sé que la mayoría habíais ido a conciertos desde 2020 y ya habíais salido de vuestra ruta habitual, pero yo llegué a 2022 bromeando con no volver a salir de esa línea de unos 20 km que me separa de la casa de mis padres y en la que llevaba dos años refugiada. Ese viajecito a Oporto para ver a Neil y compañía fue también la primera vez que me subí a un tren en dos años, que crucé la frontera en dos años, que pisé un lugar distinto en dos años. Sentada enfrente del Centro Português de Fotografia, de pronto todos los colores me parecieron brillantes, Oporto se convirtió en un lugar en el que no había estado nunca, sentí ese imán de ir pasito a pasito a rincones nuevos o poco habituales, fui a una librería nueva para mí, utilicé mi bilhete Andante que nunca caduca para verlo todo desde el autobús, decidí no trabajar aunque mi plan era hacerlo, comí dos natas al sol.
3. Ese grupo escocés del que usted me habla
Esperando a que salieran al escenario para su concierto en las Noches del Botánico a principios de julio, hice la cuenta de las veces que los había visto. Esa era la décima. Un par de meses después, casi por sorpresa, en Ourense sumé un concierto más a la lista. Creo que en esos conciertos mezclé la alegría con el alivio. Me hizo muy feliz ver que su energía se mantenía intacta, que Stuart seguía siendo capaz de saltar desde el piano sin romperse la espalda, que lo nuevo sonaba muy bien y lo viejo podía seguir siendo especial.
Supongo que esto nos pasa a todos los fans, pero yo suelo preocuparme bastante por la salud de mis ídolos. Me pregunto si Simon no debería dejar la cerveza y me estremezco cada vez que se cancela una gira de los bellos sebastianes por algún tema de salud, porque es siempre Stuart (que si fuera otro integrante del grupo también me preocuparía, no os creáis). En 2014 fui a Lisboa para volar a Sicilia, pero escogí ese extraño y alejado aeropuerto porque había un concierto allí la noche anterior. Esa gira se canceló, así que solo fui a Lisboa a ver el atardecer y, a la mañana siguiente, tomar un avión. Que hubiesen salido indemnes de la pandemia me alegró mucho. Ahora que han cancelado las giras que tenían para noviembre, diciembre y principios de año porque Stuart está enfermo, veo un poco más lo frágil que era todo.
4. El mejor corte de pelo
Si fui a Madrid a principios de julio fue única y exclusivamente porque tenía entrada para ese concierto desde hacía dos años, porque a mí el calor me deja convertida en una piltrafa que apenas puede caminar. En casa de Tera, que me acogió alegremente, empecé a fantasear —como siempre que tengo mucho calor— con raparme la cabeza. Esa opción me pareció demasiado extrema, así que la sustituí por preguntarle a mi amiga, sin experiencia peluquera, si me cortaría el pelo. Me dijo que claro. En cinco minutos de risa tonta tenía el pelo mucho más corto, la nuca despejada y me sentía mucho mejor. Hay algún mechón más largo (hablo en presente porque sigo con ese corte) y cada vez que lo veo me entra un poco la risa y me pongo contenta. Si, cuando vuelva a una peluquería, quien toque mi cabeza decide criticar mi decisión repentina de pedirle a alguien no profesional que se lance tijeras en mano hacia mi hermosa cabellera, le diré que nunca un corte de pelo me ha hecho tan feliz durante tantos meses. ¡Y gratis!
5. Cantos de sirena, de Charmian Clift
De los 36 libros que he leído este año (más sobre ese número después), creo que este es el que más me ha gustado. No sé explicar bien por qué, en parte porque fue hace unos meses. Debería mantener un diario de lecturas, pero no lo hago.
Recuerdo la paz, la diversión, el agua cristalina, lo perfecto de leerlo en verano, la reflexión de la autora sobre la grima que le daba que sus hijos supiesen explicar la fotosíntesis y decir los nombres de los árboles pero no trepar a uno. Ahora que es invierno y llevamos semanas de lluvia, recuerdo también que ella y su marido tomaron la decisión de mudarse a la isla griega de Kálimnos para huir del gris invierno inglés (y para asalvajar a los niños). Y recuerdo leer en este artículo lo que pasó después, sobre ella y sobre sus hijos de adultos y continuar el libro algo más triste.
6. Vinted
Hace casi un año, Laura Snapes, la editora de música de The Guardian, publicó un artículo sobre como empezar a usar Depop, una app tipo Vinted, había cambiado su estilo de vestir. Describía un poco lo que me pasaba y aún pasa muchas veces cuando entro en las aplicaciones de este tipo: sensación de no saber muy bien cómo hacer, qué hacer. Pero al final ella había conseguido encontrarse allí y estaba muy contenta. Y su articulito me animó a probar.
No os creáis que he comprado muchísimo: solo tres prendas, pero me gustaron, acerté bastante, y me hizo ilusión también imaginarme que soy algo más sostenible al hacerlo. Teniendo en cuenta que estos últimos años apenas he comprado ropa porque me siento un poco culpable, es una alternativa para cuando lo que uso ahora de forma intensiva empiece a desintegrarse.
7. Leí novelas inéditas
Durante el verano, formé parte de la comisión literaria de un premio de narrativa, lo que significa que leí 14 obras inéditas firmadas con seudónimo. Algunas me gustaron mucho; otras fueron odiadas con fuerza (pero leí hasta la última página); descubrí que en general era muy fácil adivinar si la persona de detrás del seudónimo era un hombre (uf); disfruté el proceso de hacer un pequeño informe al final (y sentí que sí debería hacer ese diario de lecturas); envié enfurecida mensajes de audio a mis amigas cuando algún autor me ponía nerviosa. Seleccioné a mi ganadora, pero el premio quedó desierto. Pese a todo, fue bonito e interesante adentrarse en ese cuarto oscuro de novelas y relatos que esperan impacientes que alguien las saque a la luz.
8. Virginia sigue siendo mi amiga
Mi relación parasocial más intensa* es con una escritora que lleva varias décadas muerta. Este ha sido el primer año completo que he pasado leyendo los diarios de Virginia Woolf de hace cien años al día y la verdad es que es una experiencia que recomiendo mucho (escoged a vuestra celebrity muerta favorita). Los días que toca diario (nunca escribió en él todos los días) me levanto muy contenta, cojo el libro, leo despacio.
Creo que lo que más me gusta es que, aunque a mí siempre me ha encantado cotillear en este tipo de escritos personales (diarios y cartas), al leerlos como leo una novela pierdo lo que creo que es su esencia: el paso del tiempo. ¿Qué sentido tiene leer en un mes lo que alguien fue anotando en su diario a lo largo de varios años? A mí suele atragantárseme y ni siquiera en ediciones ya seleccionadas, en las que la paja se ha eliminado (¿y quién es el editor para decir que algo anotado en un diario es paja?), ni siquiera en esas soy capaz de mantener el interés. Con la lectura al día lo recupero multiplicado: lo quiero todo, las frases que se seleccionarán para las biografías y las anotaciones banales desinspiradas. Quiero sentir los meses que pasan desde que se atisba el principio de una idea hasta que esta se empieza a desarrollar. Quiero esa ausencia de las semanas en las que no escribe una línea. Quiero haberlo notado para recibir la siguiente entrada llena de expectativas (¿qué hiciste estas semanas, Virginia? ¡cuéntame!) que no siempre se cumplen.
(*) ¿Stuart? ¿Qué Stuart?
9. Abracé la flexibilidad
Estamos tan acostumbrados a encerrarlo todo en categorías que tendemos a olvidar que el mundo no es así. ¿Organizada o caótica? Pues depende del día, de la hora, del mes, del año. Creo que estoy en realidad por la parte media del espectro, pero como lo que está bien visto es ser una persona organizada intento siempre avanzar hacia ahí. Cuando no llego a lo buscado, cuando mi lado caótico pesa más, me siento culpable, aunque en realidad creo que la mayoría nos movemos y fluctuamos por ese centro de lucha constante contra el inevitable caos. Aun así, sí hay normas que me impongo y que no me cuesta seguir. Me las pongo para darme algo de estructura, para tener un caminito. Muchas de ellas, sin embargo, son innecesarias.
Este año hice saltar por los aires mis normas de lectura, que indican que el libro que leeré a continuación se elige por sorteo. Tengo varios libros a medias (el otro día estuvo Cris en casa, se los señalé desperdigados por la mesa y el sofá y me dijo «¡con lo que tú eras!»), algunos sin ni siquiera haber pasado por la estantería de libros pendientes. Ha sido todo un poco más por impulso, por lo que me apetecía leer en cada momento. Es posible que ahora esté acercándome de forma peligrosa en la zona del caos absoluto, así que en 2023 intentaré centrarme de nuevo y recordar que el sorteo me ha dado muchas alegrías inesperadas. Pero no volveré del todo, me quedaré a medias saboreando la flexibilidad. ¿Quizá uno por sorteo, uno elegido por mí? Quién sabe.
10. Severance
Creo que me daba un poco de pereza por haber recibido tantas críticas positivas y por tener una premisa que puede caer fácilmente del lado de la pretenciosidad (una empresa que implanta un chip a sus trabajadores para que no recuerden nada de fuera al entrar en la oficina ni, al salir, nada de dentro). Pero a veces esas críticas tienen razón: Severance es una serie genial, original, bonita y terrorífica, que engancha, entretiene, divierte y, si quieres, te hace pensar. Pero también es posible disfrutarla sin que después sea obligatorio entrar en sesudas reflexiones sobre conciliación, cargas mentales y males del capitalismo.
11. Perdí un tren
Una cura de humildad nunca viene del todo mal. Hasta marzo de 2022, había pasado 37 años y varios meses sin perder nunca un medio de transporte, algo de lo que me enorgullecía de forma algo absurda. ¿Me sentía un poquitín superior a toda esa gente que alguna vez ha llegado a la estación o el aeropuerto dos minutos más tarde? Claro. Ya no más, ya formo parte de la plebe. El tren de vuelta de Oporto a Vigo se me escapó. Podría poner como excusa que salía a las 8 de la mañana, pero ese mismo tren lo he cogido múltiples veces, incluida una mañana en la que me había quedado atrapada en un ascensor. No hay excusa posible.
¿Por qué está esto en mis cosas favoritas de 2022? Porque fue emocionante y fue divertido caerme de mi tonto pedestal y porque en realidad, como bien os imagináis, no pasó nada. En vez de esperar al siguiente tren (¡a las 7 de la tarde!), me tomé un café y un bolo de arroz, compré un billete hasta Valença,vinieron mis padres a buscarme a la frontera y me fui a comer a su casa.
[Existe la posibilidad de que todo esto estuviese relacionado con la emoción de haber visto un concierto. La gente que me conoce recordará aquella vez que me monté en un tren dirección A Coruña y no Vigo por error después de haber conocido a mis oceanitos la noche anterior. Porque no había perdido nunca medios de transporte, pero sí me había montado en alguno equivocado con más frecuencia de la habitual].
12. Ellas
Jetty Treffz, Beatrice Warde, Dora Prichtett, Dora Laing, Patricia Saunders, Hildegard Henning, Elizabeth Colwell, Maria Ballé, Franziska Baruch, Elizabeth Friedlander, Gudrun Zapf von Hesse, Yu-hsiu Tcheng, Wilhelmina Feemster, Tatiana Warscher, Sofia Yablonska, Anna Morandi, Marie Margherite Bihéron, Françoise Basseporte, Emily Noyes Vanderpoel, Mary Gartside, Mary Philadelphia Merryfield, Beatrice Irwin, Carrie van Biema, Trưng Trắc y Trưng Nhị, Ida Pfeiffer, Fanny Wilkinson, Annie Gulvin, Alice Hutchins, Lorrie Dunington-Grubb, Gertrude Jekyll, Beatrix Farrand, Mary Rutherfurd Jay, Käthe Paulus.
Es decir, las señoras antiguas que han pasado por mi newsletter sobre señoras antiguas.
13. bedroom walls, de November Ultra
Hay otros discos que me han gustado mucho este 2022, pero quiero destacar este porque fue uno de esos descubrimientos absolutos. Pedí recomendaciones en Twitter, le di al play y fue amor a primera escucha. Ya he contado alguna vez por aquí lo mucho que echo de menos esa sensación de llegar a algún disco totalmente virgen: sin saber quién es quien canta y sin tener ni idea de lo que sonará. Hay algo de magia en esos primeros segundos y minutos, especialmente si lo que suena te sorprende y te maravilla. Y eso es exactamente con lo que me pasó con esta muchacha.
14. Vi Titanic (otra vez)
Fui al cine a ver Don’t Worry Darling en la semana de su estreno, así que entre el público había fans de Harry Styles de las de verdad, es decir, de las de quince años (creo que tenían más) y camiseta hecha por ellas y pasión desbordada. De vez en cuando, tras un primer plano de Harry o en alguna escena clave, se escuchaba a alguna suspirar «qué guapo» y a mí me invadía la ternura y la nostalgia. Me pregunté si nuestra generación de jovencitas habría sido exactamente igual cuando fuimos en masa a ver Titanic. Esa fue la primera vez que recuerdo pensar en Titanic en 2022.
Unas semanas después, vi un tuit en el que decían algo de lo cuidado hasta el detalle que había estado todo en la peli de James Cameron, desde la vajilla exacta hasta los modales. Todo menos los peinados de Leo y Kate (tengo que recurrir al lenguaje Superpop al hablar de esta película).
i love how the film Titanic was so dedicated to authenticity that they built a full scale ocean liner to the original blueprints, hired an etiquette coach to teach authentic 1912 upper-class manners, sent a submarine down to the actual Titanic, and then went with these hairstyles pic.twitter.com/YchOux6jzQ
— Cliff 🦖 Jerrison (@pervocracy) October 27, 2022
Ahí se me ocurrió que en realidad nunca había pensado en Titanic como una película de época (quizá por el elemento catástrofe). Me pregunté por qué después de aquellas veces en la adolescencia no la había vuelto a ver. Me pregunté también si en el odio generalizado que hay en nuestra generación hacia la película no tendrá que ver con lo mismo por lo que estaba mal ser fan de las Spice Girls. Un viernes, a las 8 de la tarde —porque es una película muy larga y esta millennial geriátrica no quiere trasnochar— la volví a ver. Y la disfruté muchísimo.
Siento que necesito aclarar que no es que crea que es una de las mejores películas de la historia, pero tampoco ese horror que parece que hemos decidido de forma colectiva que es (como Don’t Worry Darling, sacad conclusiones). Mantuvo mi atención, me entretuvo y divirtió, me hizo plantearme por qué creemos que es una peli cursi cuando no es especialmente empalagosa, me sorprendió gratamente que las gafas violetas no se ofendieran, me llevó a leer análisis que la alababan desde una perspectiva feminista (algo exagerados, sí, pero quizá por la sorresa de descubrir que en realidad lo más ridículo y bochornoso de la peli es que Leonardo DiCaprio lleve mechas). Porque ahí tenemos a una protagonista que se suelta la melena en el barco y luego rehace su vida sin ningún castigo. ¿La muerte de él es el castigo? En realidad él es un manic pixie dream boy de libro: aparece para que ella se de cuenta de un par de cosas y, cuando ya no es necesario, lo matamos.
(Si veis Titanic y os parece horrorosa no me hago responsable. Este artículo explica muy bien el odio).
15. Las ovejas
Cuando trabajo desde casa de mis padres, lo hago en el piso de arriba. Por las ventanas, veo los campos vecinos y alguna casa y árboles y coches voladores al fondo (no se ve la autopista, pero sí los coches que pasan). Un mañana estaba allí, claramente poco concentrada en el trabajo, y me sorprendió un rebaño de ovejas en uno de los campos. Un poco como si no hubiese visto una oveja en mi vida, me quedé algo hipnotizada
Al verlas desde lo alto, podía espiar muy bien sus movimientos. Vi cómo se fueron despertando (al principio estaban dormiditas bajo un árbol), cómo se movían despacio, cómo empezaban a pastar al sol, cómo miraban con indiferencia a unos perros que les ladraban nerviosos desde la finca de al lado.
No están siempre —de hecho, yo las veo muy de vez en cuando— pero cada vez que aparecen me llevo una alegría muy tonta. Y me quedaría mirándolas o imitándolas, porque supongo que tendrán sus dramas de ovejas, pero desde fuera, desde arriba, su vida parece muy tranquila y placentera. Suele usarse lo de ser una oveja o formar parte de un rebaño como algo negativo, pero eso es porque quien insulta con el tema ovejil nunca se ha parado a observarlas.
Seamos ovejas, pastemos al sol.
16. Braga
Mi primera incursión fuera de mi línea Vigo-Borreiros fue Oporto, pero en septiembre hice otra cosa que llevaba casi tres años sin hacer: turismo. Fui a Braga para ver a Villagers y aproveché para quedarme dos noches y poner a prueba mi endeble cuerpecillo. El día que dediqué a pasear muy despacio por las calles de Braga, a sentarme en sus bancos, a mirar hacia arriba y a mi alrededor, fue simplemente perfecto. Tuve mucha suerte con el tiempo [Spotify acaba de ponerme a Villagers], porque hizo día de sol y veinte grados, perfecto para estar en el exterior. Lo que más me gustó fue un jardín, el del Museo Nogueira da Silva, donde pasé un par de horas viendo plantas y flores y estatuas y escribiendo y —en una tetería que hay escondida— bebiendo té lejos del mundanal ruido.
17. Una habitación con vistas
No me refiero a la de mi hotelito de Braga (que sí, tras subir unas extrañas escaleras en la terraza, las tenía), sino a la película. Había leído el libro en junio de 2008. Esto lo sé porque en aquella época sí apuntaba mis lecturas en un cuaderno. Apunté que era maravilloso y que estaba llegando a la conclusión de que la literatura inglesa de principios del siglo XX me fascinaba. (Ya había conocido a Virginia, pero aún no éramos amigas, solo dos personas que habían charlado unos días sobre un faro). Ahora sé que claro, que E.M. Forster es el Morgan del que habla mi amiga con frecuencia en su diario, cómo no me iba a gustar también.
En 2022 vi la película, que me pareció, claro, maravillosa también. Y me pasó esto que pasa a veces —pero no siempre— al ver algo que transcurre en un lugar en el que has estado: de pronto estaba en Florencia, sentada entre las estatuas de la Loggia della Signoria, casi imaginándome que de verdad había presenciado también la pelea.
18. Asalté a desconocidos
Para una cosa que ocurrirá en el futuro, una mañana de junio fui a desayunar a una cafetería y me dediqué a preguntarles a otros clientes qué tal habían dormido. Porque, pensadlo, es algo muy íntimo y determinante, algo que solo tú o tus compañeros de cama saben, y vamos por ahí sin pensar en que nos cruzamos todos los días con insomnes, con personas que si no duermen nueve horas no son personas, con gente que ha tenido una mala noche o una buenísima, con búhos y alondras y curiosos personajes que se levantan a las 5 de la mañana por vicio y no necesidad. ¿No nos entenderíamos más si lo tuviéramos en cuenta? Mi experiencia fue a la vez aterradora —porque yo no inicio conversaciones con gente a la que no conozco— y muy, muy estimulante. Todo el mundo quiso hablarme y contarme sus alegrías y dramas de cuando apagan la luz.
19. Harry’s House
No es mi disco favorito del año —ese puesto está siempre reservado para el grupo ese escocés—, pero sí el segundo. Me pregunto muchas veces cuánto influye el marketing en mi decisión y supongo que bastante, pero me da un poco igual. Cada vez que lo escucho, me levanto y bailoteo y, de forma casi instantánea, me pongo de buen humor.
20. Olvidar las mascarillas
Hace un año todavía teníamos que ponernos la mascarilla para entrar en sitios, creo recordar. En realidad me cuesta mucho recordarlo o pensarlo, saber cuándo fue, qué pasó cuando dejamos de salir de casa con una mascarilla en el bolsillo, el día que entramos despistados en una farmacia con la cara a la vista y nos dijeron que eh, que ahí aún es necesario, como lo es en algunos otros lugares.
Ahora que ya casi nunca es obligatoria, mi única opinión fuerte sobre todo esto es que dejemos en paz a la gente que todavía la lleva. Sus razones tendrá. A lo mejor está contagiado de algo y es una persona cívica o a lo mejor es vulnerable o vive con alguien que lo es. O le ha salido un grano muy feo y, oye, qué bien viene algunos días taparse la cara. O a lo mejor es hipocondríaca y se siente más segura así. ¿Debería importarnos al resto? ¿Deberíamos decírselo? Dejar a la gente en paz si no está haciendo daño a nadie (¡ni siquiera a sí misma!) es algo que creo que deberíamos practicar más.
21. Leer despacio
A finales de noviembre vi que había algunas personas en Twitter haciendo #Jacobs100, es decir, leyendo El cuarto de Jacob de Virginia Woolf coincidiendo con el centenario de su publicación. Yo, que esos días leía de vez en cuando a mi amiga comentar en su diario las críticas que iba recibiendo y cómo creía que era su mayor logro literario (y lo siguió creyendo muchos años, después de La señora Dalloway y Al faro), me uní enseguida.
Es un libro que obliga a parar. El ritmo lento de lectura fue automático, algo de lo que me alegro y que creo que conseguí porque es como leo su diario. Es un ir saboreando palabras y frases y no cuestionar demasiado que no pase nada (aunque en realidad sí pase) o no entender qué está pasando. Con la lentitud llegó a mí cierta transparencia y una inmersión más fácil. Lo noto en que todavía siento algunos de los escenarios del libro. Salir del British Museum bajo la lluvia, viajar por un río, subir a una colina de noche, una excursión también nocturna a la Acrópolis. Es mérito de Virginia, que te traslada como nadie al lugar y hora y estación del año que elige, pero —en mí, al menos— también de leer despacio.
Mientras lo leía a sorbitos pensaba mucho en por qué nos empeñamos en leer a un ritmo distinto al nuestro. Yo nunca fui una lectora especialmente rápida y sé que, cuando acelero, lo que estoy haciendo en realidad es pasar por encima y enterarme de la mitad. Si un libro me obliga a parar, todo cambia. En esos días también escuché un episodio de podcast sobre leer en profundidad y hablaban, de nuevo, de la velocidad. Con esto, por supuesto, no digo que la gente que lee rápido lea mal o de forma menos profunda (tampoco creo que esa profundidad sea siempre necesaria); solo digo que a mí leer despacio me abrió un nuevo mundo. Es algo que ya sabía, pero ahora itento leerlo todo con más calma y tranquilidad y ya no siento en ningún rincón de mi cerebro que a lo mejor debería ser más rápida.
Asociado a esto, y aunque he vuelto a ponerme un objetivo en el reto de Goodreads porque soy débil, creo que estoy empezando a conseguir que me dé igual el número de libros que leo al año. También porque en 2022 leí 36 de 45, pero ahí no cuento los 14 del concurso. Es decir, en realidad fueron 50 y por eso me permito decir que no me importa. Claro que me importa. Aún no he evolucionado tanto.
22. Seguir por aquí
Este blog que tan aplicadamente mantuve de forma semanal durante un año sufrió un poco de abandono en 2022. La culpa la tuvo un cambio de rutinas que, como no llegó a ser del todo rutinario, me dificultó un poco volver a subirme al carrito de los miércoles. Pero en este año en el que le fui poniendo bombitas a rutinas y reglas y demás tonterías en ningún momento me planteé abandonar este espacio. Después de las múltiples explosiones ya no está en un estante fijo del calendario, sino un poco entre escombros y desorden, pero yo sé perfectamente dónde. Quizá en 2023 vuelva a construir un estante en el que colocarlo tras pasarle un plumero. O quizá siga simplemente recurriendo a él en casos puntuales, cuando me acuerdo o cuando me llama. Pase lo que pase, muchas gracias a las cuatro personas que llegáis siempre hasta esta última línea. Y feliz año.
(El 23 son todos los amigos y amigas de distintos puntos de la pirámide a los que vi o con quienes hablé este año. Me pone muy contenta que no nos haya pasado como a Jens y Nina).