El significado de los paraguas
En estos dos años en los que de pronto he entrado de lleno en el mundo austenita, me he preguntado con cierta frecuencia si hay alguna otra autora o autor que haya sido tan estudiado y analizado. Alguien alrededor de quien giren miles de artículos académicos, blogs y foros en los que se analiza y se explica hasta el más mínimo detalle de su obra. Digo siempre que mi nota preferida de nuestra edición anotada de Emma —además de una con una teoría conspirativa sobre si un personaje es un asesino— es la de cómo se limpiaba el papel pintado. Es un ejemplo de ese nivel de disección: en la obra alguien dice que el papel pintado de un local estaba muy sucio, así que busqué cómo se limpiaba, y me encontré un blog en el que dedicaban dos posts a explicarlo.
Estos días estoy escuchando —a la hora de comer, mientras limpio, mientras conduzco— The Thing About Austen, un pódcast con un nombre perfecto para lo que hacen: en cada episodio, escogen algún objeto que aparece con más o menos relevancia en alguna novela de Jane Austen y cuentan desde la historia material qué significaba exactamente hace 200 años, dando información que los lectores del momento no necesitarían pero que a nosotras, que leemos ahora, nos abre un universo nuevo (es también lo que intentamos hacer en Emma, ¡compradla!). ¿Qué significa el retrato de Darcy ante el que Elizabeth se queda traspuesta cuando visita Pemberley? ¿Qué eran esos «panfletos aburridos» que leía el general Tilney en La abadía de Northanger? ¿Y esa pasión que tenía Marianne Dashwood por las hojas secas?
En el segundo episodio, analizan una escena de Persuasión (libro que acabo de leer por tercera vez, ahora en una edición anotadísima). Anne Elliot, la protagonista, está en una cafetería en Bath, refugiándose de la lluvia. Va a volver andando al apartamento en el que está con su padre y su hermana porque en el carruaje no hay sitio suficiente y a ella no le importa el paseo. En ese momento, entra en el mismo establecimiento el capitán Wentworth, su love interest, con quien estuvo prometida hace ocho años (ya se habían visto unas semanas antes). Tienen un intercambio incómodo fruto de los nervios y, cuando ella dice que va a ir andando a casa, él le ofrece el paraguas que acaba de comprar.
En el pódcast explican —como expertas académicas— y especulan —como fans—. Explican que los paraguas eran ya algo bastante común en Inglaterra (porque, bueno, llueve), pero que es posible que arrastraran aún parte de las connotaciones que se les habían pegado cuando empezaron a usarse. Había una cuestión de clase: si necesitabas un paraguas era porque ibas a caminar bajo la lluvia, es decir, no tenías dinero para pagarte tu transporte cubierto ni el privilegio de quedarte en casa (también podía ser que fueras una persona extravagante a la que le gusta caminar, como muchas de las heroínas de Austen). Y había habido también una cuestión de género: los paraguas eran más cosa de mujeres, con ropas más susceptibles de estropearse bajo la lluvia y mucho más pesadas si se empapaban (además de la clásica idea de que las mujeres eran más débiles, claro).
Especulan: ¿Era el capitán Wentworth un tipo con una masculinidad poco frágil al que no le importaba pasearse por Bath con un paraguas? ¿Simplemente lo había comprado por si se encontraba con Anne? ¿No quería tampoco que se le estropease la ropa? Estas son las preguntas que nunca nos hubiésemos hecho si no supiésemos esos detalles sobre la historia de los paraguas.
Hoy ya ha salido el sol, pero me pregunto qué significa ahora llevarlo o no llevarlo. Un ejemplo reciente: mi hermana, que es entre otras cosas guía de senderismo y tiene un blog sobre el tema, preguntó a sus seguidores de redes sociales un día aburrida en el autobús hacia una de sus rutas si, cuando les pillaba la lluvia en una excursión, sacaban o no paraguas. El debate fue encendido: había quien decía que sí, que claro, que si no hace falta tener las manos libres o llevar bastones, mojarse es una tontería (mi hermana); en el otro lado, se defendía una especie de purismo extraño de la montaña, un si no te quieres mojar no salgas de casa (que, por otra parte, ¿irán esas personas con calzado que cala, con ropa permeable, desnudas?). El paraguas y todo lo que significa en un mundo concreto.
Volviendo a Persuasión, entendemos perfectamente la escena sin conocer ese trasfondo. No deja de ser un acto de amabilidad, te ofrezco el paraguas y así no te empapas (¡ya me empaparé yo! ¡pero soy un hombre fuerte y no me importa!). A mí ahora me gusta rebajar esa amabilidad protectora (ese machismo benevolente) pensando en lo de que los paraguas eran algo de mujeres y que Wentworth había comprado el suyo para él porque oye, ande yo caliente. Un poco como Henry Tilney leyendo novela gótica y sabiendo mucho de telas. (Perdón por todas estas referencias austenitas que yo misma no hubiese entendido hace unos meses).
Yo no usé paraguas hasta que cambié las lentillas por las gafas. En aquellos años de capucha, en los que además vivía en Santiago, recuerdo pensar cuando me cruzaba con gente luchando con sus paraguas contra el viento y la lluvia en lo bien que iba yo, feliz con mi música y la cara mojada. Había un poquito de sentimiento de superioridad también, como los senderistas antiparaguas; me pregunto si dentro de 200 años habrá alguien explicándoles todo esto a las personas que lean o vean textos de principios del siglo XXI.