Por dónde empezar con
Uno de mis propósitos para este año, que era ya un propósito para 2023 y que en realidad es una constante desde hace mucho tiempo, era retomar mi diario de lecturas. Está en un cuaderno de tapa dura de Unicef con las hojas color crema y la primera anotación es de octubre de 2006. Leí Jude The Obscure de Thomas Hardy y me enamoré como me pasaba tan a menudo a los veintidós años al leer libros así. No recuerdo nada, porque mi reseña no tiene en cuenta que con el paso del tiempo los libros se van olvidando, pero sí sé que me gustó y que siempre lo quiero releer. Lo sé por la última frase de mi textito: «tan trágico que es maravilloso». Hasta julio de 2008 (El libro de la risa y del olvido, de Milan Kundera: «Lo acabé en el avión Oslo-Madrid y me emocionó un montón que en un momento citase mi calle Černokostelecká») fui bastante regular, pero después ya solo hay numerosos intentos truncados de volver a ser constante.
Mi propósito de 2024 va bien. Ayer estuve poniendo el diario al día, lo que significa que ya tengo todos los libros que leí hasta mayo (lo importante aquí es que no he tirado la toalla). Hace un rato, además, lo volví a abrir para ir a la reseña que le hice a To the Lighthouse, de Virginia Woolf, en junio de 2007. Quería ver si había puesto alguna referencia a que era una relectura —algo de lo que a veces estoy convencida—, pero no digo nada al respecto, ni siquiera un «Ana del futuro: es la primera vez que leo este libro, deja de imaginarte cosas». En mi cabeza, sin embargo, lo leí antes, quizá a los veinte años, y no entendí nada pero me gustó. Casi creo que ese es el origen de mi amor actual por Virginia Woolf, una lectura imaginaria.
Pienso en esto cada vez que leo en alguna red social o escucho a alguien pedir recomendaciones sobre alguna autora o algún autor o películas o discos usando la fórmula: «¿por dónde empiezo con…?». Me imagino respondiendo —con Virginia, con Belle and Sebastian, mis áreas de especialización— y siendo de muy poca ayuda. Porque yo qué sé por dónde empezar, si todas mis historias de amor cultural se basan en el azar. Leí Al faro de forma imaginaria quién sabe por qué y luego, ya seguro que de verdad, para una asignatura. El primer disco que escuché de Belle and Sebastian fue If You’re Feeling Sinister porque me lo dejó una compañera de trabajo de mi madre.
Recuerdo también una vez que leí en Twitter una conversación sobre Orlando, que yo había leído y adorado y dicho por ahí que era de los libros más accesibles de Virginia Woolf. Esa conversación me enseñó que no, que es el culpable de que mucha gente ya no la lea más. Yo siempre pondría en ese puesto a Al faro (de los que he leído, me falta bastante de lo que no ha escrito aún) y eso que está claro que para mí fue una muy buena primera lectura. La conclusión a la que siempre llego es doble: por un lado, que es imposible recomendar un libro o un disco o una película «para empezar con» porque no sabemos qué es ser esa persona particular que está buscando consejo, no conocemos su historia ni el momento personal en el que está ni qué le ha dicho su horóscopo sobre cómo se sentirá ese día en el que abra el libro (idea: que el horóscopo te diga qué libro empezar cada semana).
El otro lado de la conclusión tiene que ver con el miedo y la ansiedad con los que a veces leemos. En mi primera lectura imaginaria de Al faro no entendí nada, pero me gustó. Y esto sé que me pasó también con La señora Dalloway cuando la leí por primera vez en diciembre de 2012. «Me costó entrar, pero creo que me va a costar más salir», digo en mi reseña. Sé, porque de esto sí me acuerdo, que desconecté en varias ocasiones de la lectura, que pasé por encima de muchos detalles (también porque yo a Virginia siempre la leía en plan kamikaze, en inglés). Pero me enamoré del final (ese for there she was que Virginia escribió hace hoy cien años y ocho días) y de la prosa en general, de su escribir bonito, de ese placer de cada frase sin importarme demasiado estar perdiéndome parte del conjunto.
Creo que a veces entramos en libros con miedo a no entender, a perdernos, con poca confianza en nosotras como lectoras y en quien sea que los ha escrito, y por eso pedimos esa pista, como si hubiese un orden correcto que es el que nos desvelará el código y todos los secretos. Cuando me doy cuenta de ese miedo, intento volver a tener veinte años y ser capaz de simplemente disfrutar la combinación de palabras, las imágenes que crecen sobre la página llenándola (o no) de florituras. Dejarme llevar en esa corriente de belleza incomprensible, confiando en encontrarle sentido más adelante o, si no es así, en saber que he sido muy feliz en el trayecto. (Sé también que todo tiene que ver con la atención y con la magia de encajar con un texto, algo que no siempre pasa, porque cada cual tiene sus gustos y preferencias).
¿Por dónde empezar?, insiste esa persona hipotética que ha pedido mi opinión y se ha llevado de regalo esta reflexión algo inconexa. Mi respuesta es ahora La señora Dalloway, o quizá empieza por el principio, por Fin de viaje (o Viaje de vuelta), o qué sé yo, diviértete en Noche y día, pero mejor no, que es muy largo y sus fallos solo los perdonaremos las fans. Quién sabe, a lo mejor es El cuarto de Jacob lo que te convence, hay gente para todo (pero solo si disfrutas de ese leer aunque no entiendas), o bueno, los ensayos, por supuesto, pero todo se nos queda cojo. ¿Estás en un momento de tu vida en el que escribirías «tan trágico que es maravilloso»? Es importante saberlo siempre antes de recomendar nada.
Empieza por el libro o disco o película que se cruce primero en tu camino. A lo mejor empieza ahí una historia de amor. Tampoco importa si no pasa. Lo bueno es que, pese a lo que se nos quiere hacer creer, no hay nada imprescindible y el mundo está lleno de potenciales e inesperados choques románticos. Quién sabe, quizá estés ahora haciendo una lectura imaginaria que creerás recordar dentro de veinte años y señalarás como el principio de tu amor por ____.