Cultivar el fantaseo
Iba a escribir sobre invernaderos y convalecencia, pero mientras me hacía el café, mientras me balanceaba al ritmo de la música que dice Spotify que me gusta (y tiene razón), mientras abría las ventanas y salía al balcón, mientras analizaba el pobre estado de mis plantas de exterior, mientras sorbía el café con calma; mientras hacía todo eso, escribí en la cabeza otro texto que ahora simplemente estoy mecanografiando. Ese texto era (este texto es) sobre el poder del fantaseo.
Antes de sentarme aquí, y para completar un poco el artículo, busqué qué decía la ciencia sobre esto que los angloparlantes llaman daydreaming, es decir, soñar despierta. Caí en un artículo que era una oda a esto de montarnos películas (por qué le dedicamos tanto tiempo si, en teoría, no sirve para nada) y aprendí varias cosas.
Aprendí que en general las investigaciones se han centrado siempre en lo negativo, porque esos sueños pueden ser pesadillas, y entrar en bucle pensando en todo lo que puede salir mal también es fantasear. Aprendí que esa mayoría de investigaciones también estaban muy centradas en lo que se llaman pensamientos intrusivos, es decir, que ese fantaseo apocalíptico ni siquiera era voluntario. Aprendí que las personas pasamos —o pasábamos, es un artículo de 2013 y y yo sé que el móvil mata ensoñaciones— la mitad del tiempo que estamos despiertas perdidas por las grutas de nuestros propios pensamientos. Y me reconocí en varias de las cosas que se decían.
En realidad, llevo rumiando este texto sobre el fantaseo ya unos años. En noviembre, mientras leía a esa autora británica de hace cien años de la que creo que soy amiga, me llamó de pronto la atención una descripción de las novelas que se montaba un personaje, cómo había cogido las dos interacciones que había tenido con una chica y había dejado volar su imaginación. Él era consciente y, por supuesto, notaba el choque de realidad cuando la volvía a ver y resultaba que nada de eso que él se había imaginado tan vívidamente había pasado. Es más, intentaba no verla, precisamente, para poder seguir viviendo en su mundo de fantasía.
No sé bién por qué me llamó tanto la atención ese pasaje. Que la ficción refleje estas ensoñaciones no es especialmente raro, porque —como aprendí en el artículo— todos nos imaginamos cosas. Supongo que fue algo del momento en el que lo leí, que de pronto pensé en lo poco habitual que es contarles esta vida interior totalmente imaginaria a otras personas. También es cierto que esa vida imaginaria toma derroteros distintos en cada cerebro. Porque, esto también lo aprendí en el artículo, hay muchos estilos de fantaseo.
Una de las cosas que hago cuando me acuesto y me acurruco para dormir es encender mi propia plataforma de streaming cerebral. Escojo serie o película y le doy al play. Esa serie o película puede estar basada en lo que estoy viendo (o he visto) o leyendo, que me da escenario y personajes, y me entretengo paseando por ahí e interactuando con ellos. La otra modalidad es la de «basado en hechos reales», en la que estoy con gente real, que puede ser alguien de mi vida (actual o pasada) o algún ídolo. También interactúo, también hacemos y nos pasan cosas. Luego me quedo dormida, normalmente muy rápido.
En el artículo hablaban de que todavía hay que estudiar más los fantaseos positivos constructivos que son voluntarios. Ese fue uno de los momentos en los que me reconocí: una gran parte de mis ensoñaciones despierta son totalmente voluntarias, escogidas en mi catálogo mental de escenarios y personajes. El artículo decía que muchas veces esto se hace por simple placer y que en ocasiones ayuda a enfrentarse mejor a la vida real. Porque también se puede ensayar algo que tenemos en el futuro y que nos preocupa o nos pone nerviosas, también sirve para tomar decisiones y para más cosas. Lo que me llamó la atención —aunque creo que, en el fondo, ya lo sabía— es que no todo el mundo se zambulle en estos mundos de fantasía con solo pulsar un interruptor cerebral. Decía que, como cualquier cosa, esa facilidad también hay que cultivarla. (Y que, obviamente, si tienes tendencia a irte por caminos oscuros, es normal que nunca quieras fantasear a propósito).
Me gustó también leer que el hecho de que hasta hace no demasiado soñar despierta estuviera relacionado con psicopatologías se debe, en parte, a que es algo de lo que no es fácil ver los beneficios desde fuera. Tú ves a alguien que no está haciendo nada o que está haciendo algo pero con la cabeza en otro sitio y das por sentado que ahí no hay demasiado beneficio. Pero si el fantaseo es del bueno, claro que hay lado positivo, solo que es interno y solo lo sabemos quienes andamos por ahí perdidos. (Y por beneficio entiendo cosas como pasarlo bien un rato, no temas monetarios).
Sí hay otro aspecto positivo del que siempre se habla: el de la creatividad. Si yo empecé a escribir esto fue porque mientras hacía otras cosas lo fui construyendo por los caminitos de mi imaginación. El propio artículo que hoy me ha hecho tan feliz acababa así: «Para acabar, deberíamos mencionar que mucho de lo que heos presentado aquí no surgió en primer lugar de un intenso período de concentración metódica, sino de períodos de concentración interna difusa en los que no solo permitimos, sino que quisimos que nuestras mentes vagaran libremente por nuestros respectivos paisajes mentales».
Decidme si también tenéis ese Netflix en la cabeza —ese que decidís encender y en que decidís qué ver— y qué estáis viendo ahora.