Cambiar la lentitud por la tranquilidad
El otro día me encontré en una newsletter con el concepto de calm technology o tecnología tranquila o calmada o como lo prefiráis traducir. Busqué rápidamente en Google y vi que no había descubierto la pólvora: la idea fue acuñada en 1995 y de vez en cuando hay artículos sobre «la calm technology y por qué la necesitamos». Para mí, sin embargo, era un concepto nuevo. Leí su decálogo y con el primer punto me dio un poco la risa: «La tecnología debe requerir el menor tiempo de atención posible».
Me dio la risa porque mi cerebro va a cosas como un móvil o el ordenador cuando le dices que piense en tecnología, no a un robot de limpieza o a una tetera que pita cuando tienes que hacerle caso. El móvil, por supuesto, también debería ser un poco así y se supone que para eso están las notificaciones, aunque ya sabemos que el problema es otro. De todas formas, mi idea no era hablar sobre la tecnología tranquila o calmada, sino sobre lo primero que me llamó la atención al leer el sintagma: que el adjetivo fuese calm y no, como en todos estos movimientos, slow. Y de pronto me pareció el adjetivo que deberíamos perseguir para todo.
El problema de lo lento nos aparece en cuanto nos encontramos con una lentitud no buscada. Una página web que tarda un microsegundo extra en cargar, un atasco, unas lentejas que siguen duras cuando ya llevan mucho al fuego. Los defensores de lo slow (yo la primera hasta hace dos días) enseguida aparecerán con la solución: respirar hondo, apreciar el proceso, relajarse. El problema, nos dirían, es que vamos tan acelerados que cualquier segundo extra no solo nos trastoca, sino que nos enfada. Y es totalmente cierto. ¿Por qué entonces no decimos las cosas claras? Lo que buscamos no es tanto la lentitud como el tomarse la vida con más calma. Que es un poco lo mismo, pero sin hablar de velocidad: podemos ir lentos y estar estresados; en cambio, estresarse y estar tranquilos a la vez parece mucho más complicado.
A mí, las cosas como son, este cambio conceptual no me revoluciona mucho las cosas. Yo abrazaba lo slow precisamente por permitirme esa paz. Los viajes en los que el objetivo es ver mucho en poco tiempo siempre me han enturbiado un poco el disfrute. Me pongo nerviosa, quiero parar, quiero saborear, no quiero tener que estar a tal hora (¡tan pronto!) en tal sitio (¡tan lejos!). Pero entiendo que hay gente al revés: lo de pasarse una tarde en una misma calle no es para todo el mundo. ¿Por qué forzarnos a una cosa o a la otra? Quien consiga la paz de espíritu con el movimiento rápido y continuo no debería obligarse a estar dos horas en una terraza tomando un único café. Hay gente de yoga y hay gente de spinning.
Mi tranquilidad nace cuando mis días tienen mucho tiempo y una estructura laxa (pero existente; si no, doy vueltas en el vacío). Voy de una cosa a otra con calma, hago cambios por el camino, me permito improvisar siempre que lo nuevo me vaya a resultar más placentero. Si busco esa tranquilidad, me preparo esas condiciones. Si a ti eso que describo ya te está provocando palpitaciones, tus condiciones son otras. El objetivo, el mismo. (¿Estoy escribiendo un post de autoayuda? ¿Debería hacerme coach y empezar a ganar mucho dinero?).
Supongo también que no todo el mundo busca la tranquilidad, que hay quien la tiene como sinónimo de aburrimiento. Para mí es simplemente poder respirar y decir «aquí y ahora, todo está bien» y quedarme ahí un poco sin ir más allá, porque bien sabemos que si queremos agobiarnos con algo no tenemos más que abrir un periódico. Es estar en un concierto que me absorba o en una conversación en la que de pronto no puedo parar de reír. Es mirar por la ventana y ver que la única planta superviviente de mi balcón ha tenido dos hijos así sin avisar. Es poner a funcionar esas tecnologías que trabajan por mí (la tetera, la lavadora, la roomba) y hacer con ese tiempo extra lo que me plazca. Quizá leer. Quizá dar un paseo. Quizá trabajar un rato. Quizá ver una serie. Quizá solo quedarme de pie delante de la tetera esperando a que pite mientras mi mente divaga.
Es darme cuenta de pronto de que no hay ningún nubarrón a la vista agarrándome con fuerza un pulmón.