Pseudovacaciones
No sé si fue a finales de julio o a principios de agosto cuando decidí que mi segunda quincena sería diferente. Creo que se juntaron las preguntas constantes sobre si no me iba a coger unos días, el ver a todo el mundo hablando de sus vacaciones, la frustración de enviar mails que nadie contestaba y, sí, también, mi propio cansancio. Vale, pues yo tampoco trabajo. Claro que no es del todo cierto.
En estas pseudovacaciones solo he dejado de lado el trabajo que más carga mental me supone. Sigo con el rápido y fácil y he añadido un par de cosas diferentes para las que necesitaba tiempo. Atreverse a llamar a esto vacaciones es un insulto y es peligrosísimo, por eso le he puesto el pseudo- delante. Quizá debería llamarlo simplemente cambio de actividades remuneradas. Aunque creo que hay también un cambio de espíritu que no sé si hubiese conseguido sin meter con calzador la palabra vacaciones en lo que me digo a mí misma que estoy haciendo.
El cambio de espíritu real llegó ayer, no fue instantáneo. Al despertarme, sobre las 8:30, noté la inercia de las preocupaciones y las listas de tareas que ya se estaban reorganizando en mi cerebro y medio lamentando no haber amanecido antes. Pero me frené y me dije «estás de vacaciones» y me lo creí lo suficiente como para salir de la cama despacio, desayunar leyendo, leer un poco más, bajar a tomar el café sin llevar el móvil y hacer también las actividades remuneradas que tengo que hacer pero sin pensar en la obligación ni en los tiempos ni en lo pendiente. De una forma muy extraña y supongo que irreal, conseguí desconectar. O sentí que lo hacía, que es lo importante.
En esa flexibilidad casi total, falsa pero nueva, me permití también picotear lecturas. Empecé un libro nuevo, seguí con los dos que tenía a medias, me descargué otro. Sé bien que esto es lo normal para mucha gente, pero yo no suelo leer varias cosas a la vez —siempre se convierte en una sustitución de lo que estaba leyendo, no una compaginación de varias lecturas simultáneas— y además tengo un sistemita que cumplía de forma bastante diligente a la hora de escoger el próximo libro. Me siento, en esta pequeña rebelión privada, como si hubiera hecho estallar una bomba en la estantería. Casualmente, se han salvado solo los libros que más se han acercado a mi estado de ánimo.
(Comparto la teoría de que no tiene mucho sentido leer por placer algo que no te apetece, pero empecé con mi sistema de sorteo precisamente porque sé que la práctica es distinta. Hay libros que nunca me apetecen, pero que cuando el sorteo me dice que tocan se descubren como una maravilla que no puedo parar de leer. Lo mismo al revés: libros a los que les tienes muchísimas ganas pero que al final te resultan indiferentes).
Todo esto no significa que esté dando mis vacaciones por disfrutadas. Esto no es de verdad, no es eso, es un cambio pero no un olvidarse de todo lo laboral durante unos días, semanas o meses. Tendré, espero, mis días totalmente libres en otra época del año. Pero este cambio de actividad y actitud sí me ha servido para algo que quizá no hubiese conseguido con unas vacaciones reales (y necesarias, insisto): puedo hacer las cosas de un modo distinto.
Uno de los efectos de las vacaciones reales es que muchas veces conseguimos pensar en cambios y nos convencemos de introducirlos en nuestros días de trabajo. Vamos a hacer las cosas de otro modo, vamos a hacerlas mejor, vamos a conseguir no agotarnos. Esto, además de poner el foco en nosotros como individuos y no en el sistema en el que estamos metidos, muchas veces se queda en nada. Si no estábamos haciendo las cosas bien es porque no es tan fácil.
Mis días pseudovacacionales me han enseñado a darle la vuelta a las cosas mientras sigo trabajando, quizá menos (¿de verdad menos?), pero creo que mejor. No sé si seguiré así en septiembre ni si es buena idea hacerlo —creo que es también muy posible que esto me lleve a un caos absoluto—, pero al menos sé que puedo jugar a esto de ser una ruedecilla en el engranaje en el que estamos metidos girando de otra forma.
Esto es en realidad solo salir a por aire y quizá conseguir, si lo del caos no se cumple (que en realidad siempre se cumple), mantenerme con la cabeza fuera del agua. Pero bien sabemos que las vacaciones están en tierra firme y que cuanto más largas mejor y que lo ideal sería que el trabajo consistiese en jugar en la orilla o por lo menos donde hacemos pie y no en probar capacidad pulmonar.