Practicar la estivación
A principios de mes fui a Madrid. Mi único objetivo era ver un concierto para el que tenía entrada desde 2020, pero me quedé cuatro noches porque también quería descansar y quería aprovechar para ver a varias personas. Fui al concierto, donde fui muy feliz, y luego no volví a salir de casa.
Mi justificación era simple: hacía mucho calor y a mí el calor me sienta muy mal. «Es como si estuviésemos en medio de un tornado, a nadie se le ocurriría salir, ¿no? Esto para mí es como un tornado», explicaba, sobre todo, para intentar alejar la culpabilidad, eso que tenemos tan interiorizado sobre lo que se supone que hay que hacer al viajar. Pero yo no había ido a Madrid en el hostil mes de julio para ver la ciudad, que la tengo bastante vista, sino para ver a Belle and Sebastian. Y también para ver a mi amiga Tera, en cuya casa me alojé, y a más gente. Lo hice: fui anfitriona en casa ajena, donde languidecí esos días tirada en el sofá viendo vídeos de Harry Styles y Belle and Sebastian, bebiendo agua y comiendo helados.
El otro día, leyendo la newsletter de Ann Friedman, descubrí una palabra para explicar ese estado en el que estuve esos días en Madrid (y luego los tres días y tres noches que duró la ola de calor en Vigo). Ella hablaba de estivation y yo enseguida me fui al diccionario a ver si existía en castellano. Existe:
estivación
1. f. Zool. Estado fisiológico de torpor que aparece durante el verano en ciertos animales a causa del calor y la sequedad.
Una especie de hibernación al revés.
Mi estivación madrileña fue en realidad un pequeño privilegio porque, más allá de ir a un jardín botánico a ver cantar a mi grupo preferido, yo no tenía nada que hacer. La presión por salir y hacer cosas era solo interna y no muy fuerte. Igual que no me importó en su momento estar un día enferma en Londres sin salir porque es una ciudad ya conocida, no pisar el infierno de 38 grados que había fuera de casa no me preocupó demasiado. Pude entregarme al arte y disfrute de eso que aún no sabía que tenía nombre.
Pese al malestar que me provoca el calor, fueron unos días fantásticos por otra cosa, por el elemento social. Hace unos meses, Haley Nahman contaba en su newsletter que echaba de menos aquella época en la que estábamos con nuestros amigos muchas horas seguidas sin hacer nada. «Ahora, cada vez que quedamos, es un evento», decía (cito de memoria). Con el tiempo limitado por las cosas de la vida adulta, pasar una tarde larga tirados en un sofá sin hacernos mucho caso es cada vez menos frecuente. Al recibir a gente en casa de Tera en vez de quedar fuera, creo que recuperamos un poco esa tranquilidad. No está la presión por consumir de quedar a tomar algo o la necesidad de hacer cosas.
Le decía a Tera también que hace unos años leí un artículo que defendía quedarse de vez en cuando a dormir en casa de amigos (o ser anfitriona de esa fiesta de pijamas), aunque vivan en la misma ciudad. Una de las cosas que contaba el texto era que al dormir en la misma casa se crea una especie de intimidad especial, la de habernos visto en pijama o nada más levantados con el pelo alborotado y los ojos legañosos. También se forma esa burbuja de lentitud doméstica en la que a lo mejor se decide ver una película y alguien se queda dormido en el sofá.
La estivación que coincide en vacaciones o en días en los que no tienes nada que hacer ayuda un poco. Nadie se quiere mover, todos estamos cansados y lentos, y en esa tranquilidad forzada surge un poco ese no hacer nada en paralelo, ese charlar un poco, levantarse a por agua, decidir que quieres que te corten el pelo, escuchar música, leer un rato, regar las plantas.
Me gustaría en realidad que la estivación fuese algo como una vacación veraniega. Un «hace calor, no hagamos nada». Que se convirtiera en una palabra como rusticar (‘salir al campo, habitar en él, sea por distracción o recreo, sea por recobrar o fortalecer la salud’) o que fuese un veraneo al que todos tenemos derecho cuando las temperaturas llegan a ese umbral de la ola de calor. Lentas y perezosas, podríamos juntarnos con esas amistades con las que siempre queremos estar un poquito más y dedicarnos a pasar el rato. En una casa, bajo la sombra de unos árboles, al lado del mar o de una piscina.
La estivación, pienso ahora, es más social que la hibernación. Para libro y manta no necesito a nadie. Pero para atravesar los días más calurosos del verano siempre está guay tener a más gente tirada a tu alrededor. Sin tocarnos, claro.