Me pierdo en los cambios
Tengo una relación algo complicada con los cambios. Por un lado, me encantan y a veces siento que me dan la vida. Era lo que solía decir cuando a los veintipocos me mudaba constantemente. Pasar más de seis meses en un lugar me ponía nerviosa y, en cuanto superaba esa barrera, empezaba a buscar un nuevo destino. Por eso acabé en Viena casi por casualidad —nunca fui capaz de recordar el momento en el que me anoté a aquella oferta de prácticas—, pero allí algo se rompió. No quería irme, aunque tuve que hacerlo. Supongo que era un poco por la ciudad y también ya porque iba cumpliendo años y lo de vivir siempre con la maleta a cuestas me cansaba.
Ahora ya hace mucho (tanto) que no voy picoteando de país en país, pero a veces cambio los muebles de sitio o trabajo con el móvil en otra habitación. Los cambios pueden ser así de pequeños y tontos, pero solo ponerme a imaginarlos hace que se me acelere un poco el corazón, se me enciendan los ojos y se me active una pequeña luz en el cerebro. Es tomar un camino distinto al planeado que me puede llevar a lugares ignotos. O puede no significar nada, como seguramente ocurra, pero suele valer la pena solo por la ilusión de esos primeros momentos.
Los cambios, sin embargo, también me trastocan. Tomar el desvío me lleva también a ver de pronto todos los otros desvíos posibles y me quedo un tiempo confundida y perdida entre tanta inmensidad. Hay algo paralizante en esos primeros pasos y nunca sé bien si es algo bueno y normal o una consecuencia más de vivir en un mundo en el que hay que estar en constante movimiento. Cuando, pese a todo, sigo caminando por esa carreterita que acabo de tomar, hay mucha lentitud al principio. Quizá, siguiendo con la metáfora, no sea aún una carreterita. A lo mejor lo que he hecho es dejar el asfalto o el camino y lanzarme campo a través entre hierbas altas y maleza o entre árboles muy altos y de raíces profundas. ¿Me quedo parada por la emoción, por el miedo o simplemente porque voy admirando la nueva ruta? Ni idea, la verdad.
A veces doy la vuelta. Otras, me quedo al principio del desvío unas semanas o meses dudando si adentrarme por él o no. Y otras veces voy avanzando poquito a poco, con cuidado para no tropezar con las raíces o caerme en un riachuelo o clavarme una rama en un ojo. Pero avanzo y voy sorteando obstáculos hasta que ya sé cuánto debo levantar los pies, cuál es el truco para no perder el equilibrio y cómo sortear las ramas con una simple inclinación de cabeza.
Todo esto para explicar por qué la semana pasada no actualicé y hoy, que es martes, sí lo estoy haciendo. Paré a las 12 y me hice el café, como siempre, pero una personita que existe en mi cabeza (soy yo en pequeñito) daba vueltas y más vueltas de una esquina del cráneo a otra. Fruncía el ceño, se paraba, miraba de reojo, se ponía otra vez a andar. Esa personita tiene muchísimo poder, así que noté el estómago algo contraído y mi atención volátil y nerviosa. ¡Hoy es martes! ¡Martes! ¿Qué hacemos aquí? Esto lo decíamos al unísono todas las partes de mi cuerpo.
Es una consecuencia de un cambio. La semana pasada volví a la oficina, una decisión que trastoca mi rutina bloguera que necesita balcón, sofá y la posibilidad de empezar a hacer la comida mientras aún escribo o busco canciones. Lo supe al llegar: desde aquí nunca escribiré el blog. Hoy estoy en casa por una organización interna que me he propuesto para las primeras semanas o meses, una forma de levantar mejor los pies para no tropezar con las raíces. Si los martes voy a estar en casa, puedo actualizar los martes. Como aún estoy en esa etapa de prueba y error y asombro, quizá tropiece igual y tenga que proponerme una nueva solución.
Los cambios me trastocan, pero me gustan (los cambios que decido yo, no los que vienen impuestos desde fuera) porque me sacan del aburrimiento malo, el que no inspira, sino que desgasta. En estos cambios hay algo de exploración, de poner un pie en una ciudad nueva y de pronto entender que claro que sabes, que claro que te acuerdas, que cómo te ibas a olvidar de la alegría de viajar sola.