Lo difícil de escuchar música nueva
En mis primeros años como fan de la música, recuerdo que me frustraba mucho ponerles algún disco que me tenía obsesionada a mis amigas y que me dijeran que solo les gustaban un par de canciones. Esas dos canciones, nada casualmente, eran siempre los singles, es decir, las que ya conocían porque sonaban en la radio. Yo tenía muy claro que esta era la razón y medio deseaba poder obligarlas a escuchar el disco entero diez veces para que sus cerebros empezasen a aceptar y desear todas las canciones.
Hace dos años casi exactos, Pitchfork publicó un artículo en el que tuve que hacer clic: Why Do We Even Listen To New Music? (¿Por qué nos molestamos en escuchar música nueva?). Solo el titular me hizo darme cuenta de que no estaba sola en algo que llevaba años sintiendo: yo quiero seguir descubriendo grupos y artistas, pero cada vez me cuesta más dar con alguien nuevo (para mí) que me lleve por ese camino tan lleno de alegría y emoción. Escucho el Radar de novedades que todos los viernes prepara Spotify, leo crítica musical y me pongo discos cuya descripción me parece atractiva, pero al final todo —hasta lo que me gusta— pasa un poco sin pena ni gloria. Recuerdo entonces esa adolescencia y cómo ya tenía claro que parte del truco consistía en escuchar muchas veces y le doy a play otra vez a un disco no porque me apetezca, sino porque quiero engancharme a él. Rara vez funciona.
El artículo de Pitchfork resume el problema en el subtítulo: nuestros cerebros nos recompensan por buscar lo que ya conocemos, así que ¿por qué deberíamos esforzarnos con lo que no? Por qué, por qué, a qué viene este esfuerzo y por qué me siento culpable cuando me quedo en mis discos favoritos y mis playlists conocidas.
El texto ni siquiera se refiere a nuevo como «canción que nunca he escuchado», sino a la novedad de algo distinto. Salir de nuestro género más escuchado, probar cosas salvajes como música con estructuras y armonías no occidentales. Todo eso que provoca rechazo en la primera y la segunda escucha, pero donde también podemos encontrar un placer mucho más satisfactorio porque es inesperado. La razón por la que nos gusta lo conocido es que se ajusta al modelo que escuchas previas han creado en el cerebro, así que hay un chute de dopamina asociado. Algo totalmente desconocido no tiene ese camino hecho y nuestro cerebro se vuelve un poco loco y cascarrabias y dice: «no me gusta, qué es esta mierda, la gente ya no sabe hacer música, TODO ERA MEJOR ANTES».
La edad tiene mucho que ver. Según una encuesta de 2018 realizada por Deezer, dejamos de buscar activamente escuchar música nueva alrededor de los 28 años. Spotify, en 2015, concluyó que era a los 30. Las razones principales eran dos: pasamos a estar muy ocupados y además nos abruma un poco toda la música que se lanza. Perder el tiempo en escuchar algo que a lo mejor no nos va a gustar no tiene mucho sentido cuando ya tenemos un montón de discos, canciones y artistas seguros. Sin embargo, todos recordamos también esos momentos en los que nos enamoramos de una canción nueva. Son un subidón que buscamos repetir.
La ciencia dice que escuchar una canción por primera vez y que nos guste genera más placer que nuestro top 5 más sagrado. Aquí el truco es que no sea algo totalmente ajeno: debe estar en línea con nuestros gustos o con el tipo de música que más hemos escuchado para que el cerebro reconozca el patrón, anticipe qué va a pasar y a la vez se sienta algo —pero no muy— sorprendido. Esta combinación de factores es la que hace que el cerebro grite «¡BUAAAHH! ¡DOPAMINA!». Pero no es tan sencillo, como bien sabemos los que aún buscamos ese subidón cada viernes.
A mí me gusta escuchar música nueva y sé que si le prestase más atención (es decir, si la escuchase y no fuese un fondo que me pongo para trabajar) tendría más de esos subidones. A la vez, cuando puedo escuchar música con más tranquilidad, al conducir o al ponerme los cascos para hacer cosas por casa, siempre me pregunto si debería escuchar algo nuevo, pero acabo yendo a lo conocido y seguro, lo que pueda cantar o anticipar nota a nota. Hay un poco de no quererme esforzar, de no querer cambiar pasar un rato de placer seguro por uno de incertidumbre, y otro poco de pereza ante la tarea. Porque creo que antes me ponía los discos nuevos con una actitud más abierta y de pura expectación, sabiendo que a lo mejor no me gustaban pero también que me podían cambiar la vida. Ahora lo hago más por autoimposición (esto es horrible) y no con esa emoción ante lo que quizá esté a punto de descubrir.
Todo esto es muy extrapolable a la vida, pero no quiero hacerlo. Visitar lugares nuevos, leer algo distinto, probar comida a la que no estamos acostumbrados, conocer gente. Todo es una exploración que hace que nuestros cerebritos cortocircuiten un poco y pasen del pánico a la alegría a la excitación al agotamiento. Pero no pasa nada por no hacerlo o por no hacerlo todo el rato. Muchas veces me apetece lanzarme a escuchar novedades, pero otras me regodeo en mis playlists de canciones en bucle. Porque, como empiezan a defender muchos memes, con lo que nos costó encontrar una zona de confort, ¿por qué íbamos a abandonarla?