We're back!
En un arranque de inocencia que todavía me enternece, yo estaba convencida de que mi primer concierto en dos años —de uno de mis grupos favoritos, además— no me iba a emocionar. Y lo creía incluso cuando ya estaba sentada en la sala, llena a rebosar, e iba sintiendo ese nerviosismo feliz de antes de un concierto que llevaba tanto sin sentir. Lo seguía creyendo cuando por fin salieron y todos estallamos en aplausos y júbilo. Pero entonces, mientras sonaban los primeros acordes de Absent Friends, Neil se acercó al micrófono y exclamó «we’re back!». El nivel de júbilo subió a niveles insospechados y a mí me llegó la emoción como un tsunami.
Llevo pensando en eso desde que acabó el concierto. Creo que ese we’re back, estamos de vuelta, fue tan arrebatador porque no hablaba solo de ellos como grupo. Están de vuelta en una gira europea (era el segundo concierto) después de todo eso que nadie tiene que explicar, pero nosotros también estamos de vuelta en los conciertos y estamos de vuelta como multitud que se convierte en una especie de única masa que aplaude y grita y canta tras sus mascarillas y se mece al ritmo de la música. Estamos de vuelta después de una pesadilla global que para cada uno ha significado algo distinto. Imagino que la mayoría del público ya llevaba más conciertos a sus espaldas, pero a la vez sé que no era la única que estaba recién salida del mundo pequeño de los últimos dos años. Estamos de vuelta.
Por supuesto, es un poco mentira. Estamos de vuelta pero con mascarillas y con esa sensación extraña de que este es solo un pequeño descanso —qué deferencia— entre crisis. Me pareció sentir esa urgencia también en ese uno que fuimos todos. La alegría por un lado, la incredulidad por otro, la necesidad de disfrutarlo porque si fuésemos de otro país o de otro nivel de privilegio o de algún tiempo indeterminado en el futuro, no podríamos. Allí estábamos todos juntos cogiendo aire, mucho aire, por si vuelve a venir la ola que nos ahoga o nos cansamos de patalear y nos queremos dejar ir al fondo un poco.
Antes del concierto, mientras cenaba un bocadillo en el café de la Casa da Música y veía pasar a todos los miembros del grupo menos a Neil, me alegraba muchísimo de haber entrado en Instagram el sábado. Fue cuando vi anunciado el concierto y mi cerebro recordó cómo se actúa en estos casos: se compra una de las últimas entradas rapidísimo y se organiza todo y luego hay que reírse de forma nerviosa y decirlo, decir jijijijiji el lunes, sí, este lunes, me voy a Oporto a ver a Neil. No sé cuándo se anunció la gira porque yo ya no hago caso a esos anuncios. Porque quién sabe dentro de un mes, qué es el futuro, solo existe hoy y quizá mañana. Creo que ellos también viven con esa fragilidad e incertidumbre, con esa sensación de que todo se puede romper en cualquier momento. Por eso avisaron de que están en plan burbuja y que por eso no habrá fotos ni autógrafos ni saludar a fans. No lo toques, no nos toques, que se va todo al traste. Aun así, Neil no se pudo resistir a pedirnos al final del concierto que nos bajáramos un segundo la mascarilla, un visto y no visto, para ver las caras que había detrás de los aplausos.
Mi único objetivo de esta escapadita era el concierto, me dije antes de salir para evitar agobiarme. Probar las piernas pospandémicas en el adoquín portugués era un pequeño reto, pero olvidaba lo otro, esas ganas que me embargan y me empujan a arrastrarme más de lo recomendable. Porque mira qué sol, porque en realidad está cerca, porque aunque yo me dijese una cosa, el cerebro había marcado con corazoncitos varios puntos que quería ver o pisar o improvisar.
Sentada al sol delante del Centro Português de Fotografia, pensaba de nuevo en que qué bien haber entrado en Instagram el sábado. Porque en los últimos meses, cuando alguien me decía que tenía ganas de viajar, yo sonreía pero no podía acompañar en el sentimiento. Siempre viajé un poco por impulso: porque sentía que tenía que escapar, porque había tenido un mal día, porque aparecía un concierto. Ahora improvisar es más difícil: ¿cómo estarán las restricciones? ¿se cancelará el concierto? ¿qué hace falta para entrar en ese país? No echaba de menos viajar porque el impulso había desaparecido. Pero allí, al sol, saqué el cuaderno y escribí «we’re back!» y volví a sentir el tsunami. Después, un señor me contó que el edificio antes había sido una cárcel y yo le dije que en Vigo tenemos un caso similar (pero en pequeño). Suspiró y me habló de la policía política y de que nuestros países son los que son.
Nos deseamos un muy buen día y mucha salud y felicidad cuando nos despedimos. Me subí al bus y unas señoras hablaban de la tercera guerra mundial. Un poco de escapismo, un poco de salir a por aire, un poco de optimismo de supervivencia. Estamos de vuelta. Al menos un poco, al menos de momento.