Terapias de andar por casa contra la fatiga apocalíptica
En estos días de aniversario de la pandemia, pienso mucho en si nos acordamos de que fue hace justo dos años porque tenemos esa semana de marzo grabada a fuego o si es porque los medios no paran de recordárnoslo. Entre las noticias de la guerra, se cuelan las de cómo estamos ya un poco cansadas de vivir en una distopía. Por ejemplo, en The Atlantic hablaban hace unos días de algo a lo que llamaban «fatiga narrativa»: los humanos siempre lo dotamos a todo de una narrativa, pero lo de la pandemia está siendo complicado. Como historia es un desastre: un sube y baja con varios falsos finales y sorpresas en forma de variantes que ya nos cansan un poco. ¿Quién ha escrito este guion?
Es lo mismo que nos lleva a compartir tuits que hablan de estos años como si fuesen temporadas de una serie. Lo de aparecer con una guerra en esta tercera temporada parece un intento cutre y con pocas ideas de alargar la serie. Así que criticamos el arco narrativo y nos reímos, pero luego devoramos los artículos sobre ecología mental para tiempos de guerra y los que nos cuentan cómo hacer una limpieza de profunda de primavera también en nuestros cerebros (en The New York Times, en inglés).
Pienso en mi propia ecología mental y en si limpio de vez en cuando. Además de cultivar arbolitos en la app Forest, que impide que mire el teléfono porque si lo hago mataré a ese árbol virtual que está creciendo, intento siempre tener Twitter configurado para que me muestre lo más reciente de la gente a la que sigo y no lo que cree que me puede gustar. Es un Twitter más aburrido, sí, pero esa es la idea. Entrar menos, salir antes. No veo la tele, así que no veo las noticias, y me limito a leer reportajes más lentos y no últimas horas que son en realidad mucho más dañinas que la noticia en sí.
También está mi querido diario como refugio y algo a lo que he dado en llamar «terapia de balcón». A veces, si veo que estoy en uno de esos bucles que tanto hemos normalizado, dejo el teléfono dentro y salgo con el cuaderno al balcón, donde escribo y respiro —cuando no se respiraba tierra— y siempre vuelvo al interior de buen humor. Otras terapias de andar por casa muy efectivas son las de poner música a buen volumen y bailar o leer en un libro de papel dejando también el teléfono lejos. O ver películas de época (la última, Una habitación con vistas, que amé tanto como el libro). O salir a la calle a ventilarse o quedar con alguien, claro, aunque luego solo hablemos del apocalipsis.
La limpieza de primavera a veces es literal. Ponerme los cascos y ordenar un poco algún rincón de mi casa tiene también efectos instantáneos y bastante duraderos. Por supuesto, no vale escuchar cualquier cosa. Yo oscilo entre la música y pódcasts de entrevistas que no tengan nada que ver con la situación actual. Por ejemplo, ayer mientras fregaba los platos escuché un episodio de Desert Island Discs con Duncan Grant, que tenía 90 años en ese momento. En los 12 minutos que se conservan, cuenta cómo empezó a pintar y relata ese episodio surrealista del grupo Bloomsbury, el de cuando se hicieron pasar por una delegación del gobierno abisinio y los recibieron con todos los honores en un barco de la Royal Navy.
Pienso también con frecuencia en eso que decía uno de los personajes de Years and Years, esa serie que me alegra mucho haber visto antes de 2020. En un momento, reflexiona que en realidad toda la historia de la humanidad ha sido una calamidad tras otra. Que los nacidos en los ochenta en Occidente creíamos que todo eso era parte del pasado, pero que en realidad solo estábamos en una pausa. Por alguna extraña razón que ni voy a intentar comprender, ese pensamiento me reconforta.
Volviendo al aniversario, recuerdo también que hasta esa fatídica segunda semana de marzo yo estaba haciendo una desconexión digital que me estaba saliendo muy bien. ¡Había hasta dejado de ver series! Por supuesto, la montaña rusa de aquella semana se llevó por delante todo mi esfuerzo de desconexión y caí de nuevo no solo en las redes sociales, sino también en las series, a las que volví precisamente buscando escapismo y desconexión de aquella curva que nos obsesionaba. Ahora pienso a veces en que debería volver a intentarlo otra vez. O quizá solo deba volver a Portugal más a menudo, donde mi teléfono no se conecta a los datos porque parece que se ha olvidado de que ya no me pueden cobrar más solo por estar en el extranjero.
El extranjero, qué concepto. ¿Os acordáis de cuando no podíamos ir? Hace dos años empezábamos a vivir esta serie tan mala.