El tiempo que nos pertenece
En el tren de Boston a Nueva York se sentó un chico a mi lado que, cuando me acabé el libro, se dedicó a darme conversación. Me contó que estudiaba Medicina en Yale y que iba a un examen muy importante (mientras yo leía, él memorizaba). Ya casi había acabado la carrera y me confesó que tenía ganas, pero también mucho miedo de empezar a trabajar. «Se acaba lo bueno y ya solo hay trabajo, trabajo, trabajo todos los días», me dijo (o algo así).
Enternecida ante ese sentimiento tan de fin de vida de estudiante, le dije que bueno, que existían los fines de semana y los festivos y las vacaciones («¡por eso estoy yo en este tren!», lo de que había viajado con ordenador lo omití). Me contestó que diez de vacaciones al año —o la minucia que sea que tienen— no era muy consolador. Creo que con mi cara le di la razón, porque enseguida me preguntó cuántos días teníamos en Europa. Cuando se lo dije, vi cómo sus ojos pasaban de un destello fugaz de envidia a la barricada total para impedir que ese pensamiento envenenase su existencia. «Claro, pero si luego miras las cifras de productividad…», contestó, negando con la cabeza.
No tengo claro si contraataqué con la esperanza de vida o si solo lo pensé, pero sí sé que un par de años más tarde le hubiese dicho también que en realidad está probadísimo que el descanso es bueno para ser más productivo. Ese mantra que se lleva repitiendo años y que llena las líneas de cualquier escrito en defensa de no trabajar todo el rato y sin descanso también me hace desconfiar un poco ahora. Imagino una distopía aún peor que la que estamos viviendo: ¿y si descansar no nos hiciera más productivos? Trabajaríamos hasta morir de agotamiento.
Ahora creo que le diría a Alex —así se llamaba el muchacho— que en realidad lo de la productividad es una patraña. Es decir, yo entiendo perfectamente el deseo de querer hacer más y mejor en menos tiempo, pero solo si sirve para acabar antes, para reducir esa tercera parte de nuestros días que hemos entendido que hay que dedicarle al trabajo y ampliar a cambio la del sueño o la del ocio (que también incluye recados, cuidados y cosas como mantener nuestro habitáculo habitable) . Pero parece que queremos hacer más en menos tiempo solo para ganar más (totalmente lícito) y para tener más tiempo libre para trabajar todavía más.
Signifique lo que signifique la productividad, joven Alex, habría que desengancharla del descanso y del ocio y de las vacaciones y no defender nuestro derecho a todo eso justificándolo con un supuesto beneficio para quien nos contrata. Es decir, yo no quiero que también mi tiempo libre sea una parte de mi trabajo, un mecanismo de optimización necesario para rendir y producir mejor. Mi tiempo libre es un derecho independiente. ¿Hace que trabaje mejor? Eso es un beneficio colateral y nada más.
Todo esto que estoy diciendo es en realidad muy básico. Es lo que decimos cuando comparándonos con otras culturas afirmamos que «aquí» trabajamos para vivir y no al revés. Lo decimos o decíamos con cierto orgullo y un poco a la defensiva, igual que luego blandimos las cifras de esperanza de vida ante la amenaza de las económicas, como una defensa que no nos creemos del todo. Y, sin embargo, luego explicamos la semana de cuatro días contando que la productividad aumenta, como si lo importante fuera eso.
Darle la vuelta al pensamiento es facilísimo: yo no descanso para ser más productiva, sino que trabajo para poder disfrutar de ese tiempo libre que me pertenece sin tener que preocuparme demasiado por cómo llegar a fin de mes (sobre cómo esto a lo mejor también es un razonamiento roto podemos hablar otro día). Darle la vuelta al sistema es más complicado y aquí soy mucho más fatalista, pero aprender a pensar primero en el ocio y hacer que el trabajo sea un mal necesario para disfrutarlo es más sencillo.
El descanso por el descanso, el placer por el placer. Leer buscando solo pasar un rato agradable (o no, pero desde la comodidad del sofá). Tener aficiones que no sirven para nada monetizable. Dormir porque nos lo pide el cuerpo. Ahora que la actualidad nos está haciendo ser conscientes de forma nítida de lo bien que respiramos, yo no quiero faltarle el respeto a la naturaleza creyendo que el capitalismo es lo que nos hace humanos. Espero que te esté yendo bien y seas feliz, Alex, que no te falte el trabajo pero que tampoco trabajes demasiado.