El agua me sostiene sin ni siquiera intentarlo
Durante los últimos meses (¿dos? ¿tres?), mi serie de cabecera, esa que veo mientras como y mientras ceno, ha sido Anatomía de Grey. Nunca la había visto, más allá de episodios sueltos de la primera temporada y algún otro por el medio. Voy ya por la sexta, empezándola. Hasta la temporada 17 me queda aún mucho por delante. Y, en cierto modo, eso me tranquiliza.
Hay personas que no empiezan series que ya tienen varias temporadas porque les da pereza o les agobia todo ese camino de episodios aún no vistos. A mí me encanta: por eso volví a ver Perdidos el año pasado, no empecé Juego de Tronos hasta el día siguiente a su polémico final, me vi todo Gilmore Girls para prepararme para los cuatro episodios nuevos que hubo en 2016, intenté ver Sensación de vivir (llegué hasta la quinta o sexta, cuando el nivel de enrevesamiento me pareció ya insoportable). Durante ese tiempo, vivo sumergida en ese otro universo que no se acaba cada semana dejándome huérfana de series. Pero yo no venía a hablar de series, sino de esa metáfora: sumergirme.
Me he dado cuenta de que uso muchísimo el agua cuando quiero explicar cómo me hacen sentir algunas cosas. Es mi metáfora principal sobre cómo entiendo la música y es la que he copiado para hablar de la amistad. En concreto, asocio el placer con estar dentro, sumergida, como llevo todo este año con el mundo de cierta autora británica. Y esto os lo dice una persona que para meter la cabeza en el agua sin taparse la nariz tiene que concentrarse muchísimo.
En los cuatro días que llevo pensando sobre el tema, he llegado a la conclusión de que es una reacción a este mundo de destellos y luces e interrupciones constantes. Imagino esa sumersión como un tanque de aislamiento sensorial, pero menos claustrofóbico porque no estás metido en una caja, sino en un espacio infinito. No llega nada de fuera, de la vida real, pero sientes esa seguridad de conocer las reglas del lugar por el que te mueves y a la vez la emoción de saber que es un universo del que aún te falta mucho por explorar. Cuanto más conoces, además, más entiendes. Puedes volver al principio y todo es familiar pero completamente nuevo. Es un poco lo que me pasa si voy a Oporto o a Londres o a cierta ciudad centroeuropea. Una exploración tranquila que muchas veces se basa en la repetición.
No sé bien por qué recurro a las grandes masas de agua. Podría deciros que es por ser de costa, pero como nunca he crecido sin el mar cerca no sé si esto sería diferente si fuese de interior. No me pillaréis diciendo que no podría vivir lejos del mar. Esa cierta ciudad centroeuropea a la que me mudaría otra vez es de interior, y no me vale la excusa de que tiene río. Yo me movía lejos de él. Creo que he visto más veces el Danubio desde Bratislava que desde allí. La otra ciudad con mar en la que he vivido, Barcelona, me hizo bastante infeliz. Aunque también es cierto que no iba demasiado a ver el agua.
Pero el agua en su expresión más grandilocuente me fascina. Por su poder e inmensidad, por sus movimientos hipnóticos, por su capacidad de hacerte feliz y de matarte. Y porque dentro todo es distinto, grande, y aislado del resto. Sumergida en una serie o en la vida, obra y pensamientos de una escritora me siento como un pececillo en el océano. Es como tener una vía de escape de las notificaciones del móvil y de la vida fragmentada por la que intentamos avanzar. Como irse por una de esas puertas que hay en los túneles de carretera y encontrarse con una fiesta. Como si desarrollara branquias cada vez que me meto en el agua.
Después vuelvo más contenta a esta dimensión, como cuando te despiertas de un sueño de esos en los que todo es perfecto. Ni siquiera siento nostalgia —el esfuerzo por volver a ese punto en el que estabas en el sueño— porque tengo ese universo irreal siempre al alcance de mi cerebro. Si te sumerges lo suficiente, aprendes a zambullirte sin necesidad de abrir un libro o ver una serie. Vives un poco ahí, bajo el mar, y lo mezclas todo con lo que pasa en la superficie. Resulta que la ficción, la música, los lugares extraños pero conocidos, como el sueño, sirven para respirar mejor cuando estás arriba. Las branquias no eran lo importante. El principal beneficio de la sumersión es el aumento de la capacidad pulmonar.