El verano de los libros
Buena parte de mi burbuja de Twitter e Instagram está de vacaciones y, como es mi burbuja, está aprovechando para leer. Mi feed se ha llenado de portadas de libros en la playa o con hierba de fondo o con una piscina. Hay piernas desnudas en distintos grados de moreneo, hay libros abiertos con frases subrayadas. No sé si es solo mi percepción o solo mi burbuja, pero aunque ya se puede viajar —más o menos lejos— no veo fotos de turisteo. Veo calma y lectura, descanso y relajación.
Yo no estoy de vacaciones, pero sí he reducido la marcha para hacer únicamente lo imprescindible. Total, este agosto es especialmente difícil encontrar a gente que me cuente cosas para reportajes porque, insisto, todo el mundo está de vacaciones. Así que me he unido al furor lector mientras analizo los libros que veo compartidos y me pregunto si todos leemos los mismos libros. Este es el año de Hamnet, que yo tengo porque me lo regalaron dos (¡dos!) veces en mi cumple, pero que no sé cuándo leeré porque compite con otros 60 libros en el sorteo de mi lista de espera. La gente comparte feliz los libros que ha seleccionado para este mes de asueto y yo siento que solo compramos en las mesas de novedades.
Pero no es de esto de lo que quería hablar. El lunes, leyendo El País Semanal, la sección Psicología de verano estaba protagonizada por un artículo llamado Pausa. Lo que pasa en nuestra cabeza cuando paramos. Empieza diciendo:
Pienso en el filósofo de la ensoñación, Gaston Bachelard, estos días en los que “nuestros retiros del mundo son demasiado abstractos. No siempre encuentran esa habitación de soledad personal, ese local oscuro ‘cerrado como el seno de una madre’, ese rincón retirado de una morada apacible, ese bodegón secreto, debajo incluso del sótano profundo, en donde la vida vuelve a encontrar sus valores germinativos”.
Al leer lo del sótano y haber llevado mi mente a ese retiro, lo primero que se me vino a la cabeza fue Tú y yo, el libro de Niccolò Ammaniti en el que el protagonista, un adolescente, hace creer a su familia que se va a una excursión de esquí con compañeros del instituto y en realidad se encierra en el sótano para pasar esa semana tranquilo leyendo a su aire.
Como somos adultos, ya no tenemos que engañar a nadie e incluso podemos presumir en redes de nuestros retiros llenos de tranquilidad lectora (al sol, no en un sótano, que después de 2020 es aún menos atractivo). El libro, por cierto, está muy bien y hay también una película de Bertolucci para los que, como yo, disfrutan con los dúos libro-peli. El señor que canta Space Oddity en italiano tiene la voz de David Bowie porque es David Bowie.
Pero me desvío. Esto es en realidad una continuación del post de la semana pasada. La nada como resistencia está muy bien, pero también lo está la pausa dedicada a simples placeres no productivos como leer, comer rico, mirar las estrellas o refrescarse con un baño. En lo de leer, que es lo que nos ocupa, lo ideal sería conseguir también esa pausa. Yo aquí soy culpable de lo contrario: tengo mi objetivo de número de libros que quiero leer cada año y creo que eso le roba un poco el placer por el placer. Creo que lo de ir de vacaciones con unos libros específicos en la maleta puede convertirse también un poco en eso, en querer leerlos todos y de pronto tener hasta cierto estrés. O quizá no, qué sé yo.
Yo recuerdo los veranos de la adolescencia, esos veranos eternos en los que había tiempo para todo: para despertarse tarde y enganchar Punky Brewster con California Dreamin’ con Los Rompecorazones, pasarse la tarde en la playa jugando al UNO y devorar libros en esos días de mal tiempo o pocas ganas de socializar. Los libros los devoraba con nerviosismo por el placer que provocaban, pero no por sentir que tenía que acabar para empezar otro porque hay tanto que quiero leer. Hay tanto que quiero leer, sí, pero en la adolescencia el tiempo es eterno.
No idealizo la adolescencia. No volvería a ser adolescente ni loca, pero sí echo de menos ese tiempo elástico e infinito. Llegar a septiembre ya con inconfesables ganas de que empiece el instituto porque hasta te aburres un poco. Siento que este verano mi burbuja de redes está un poco intentando volver a eso en sus vacaciones y me alegra un montón. Solo me entristece que sé que tenemos todos el tic-tac del reloj de la vuelta y que el tiempo ya no se nos hace eterno sino insoportablemente finito. Pero intentemos leer abandonadas al placer y sin pensar en el mundo que hay más allá de las páginas.
(Niccolò Ammaniti me gusta mucho. Leí Tú y yo, No tengo miedo y Anna. Hoy, en un giro del destino (yo ya había decidido que iba escribir esto), mi sorteo de libros me dijo que tocaba Que empiece la fiesta. Llevo 30 páginas y me está horrorizando bastante. Resulta que de pronto quiere escribir con humor y le sale la misoginia).