Parar, mirar y escuchar
Llevo unos días nerviosa porque el viernes es el Día del Libro. Este nerviosismo es totalmente nuevo para mí y creo que es todavía una consecuencia de mi 2020 sin comprar libros. Mi idea era escribir sobre esto, pero no sabía muy bien cómo. El tema me parecía bueno; sin embargo, no provocaba que la maquinaria de mi cerebro que escribe sola se pusiese a trabajar. Esta mañana apareció otro tema ante mí. El flechazo y la puesta en marcha de las máquinas fueron instantáneos. No tiene que ver con los libros, creo, pero la respuesta la encontré allí, mientras leía.
El libro en cuestión es Mindfulness para urbanitas, de Lucy Anna Scott (traducido por Natalia Calvo), que me prestó mi amiga Tera desde Madrid vía correo postal. Lo leo un poco como picoteando, cuando sé que no tengo mucho tiempo para enfrascarme en nada más largo. Esta mañana, mientras acababa el café, leí un capítulo sobre respirar los árboles: buscarlos no solo en parques, sino entre el asfalto, pararse en mitad de la calle, respirar durante un minuto. Elegí el árbol de forma instantánea antes de salir de casa: uno de esos pobres camelios flacuchos que están plantados por doquier en esta cidade fermosa en la que vivimos. Hace unos días tenía una cinta policial no sé bien para qué. Hoy, descubrí en mi paseo de “ir a trabajar”, ya no.
Hago siempre el mismo brevísimo trayecto, pero esta vez llegué algo nerviosa al árbol, casi como si tuviésemos una cita. Y me pareció que estaba más luminoso y que todas esas flores no estaban antes (algunas sí, pero no tantas). Me paré ante él y respiré y lo observé con mucha más atención de la que nunca le había prestado. Me pregunté si alguien se preguntaría qué hacía allí parada mirando un árbol, pero luego recordé que la mayoría vamos tan metidos en los móviles o en nuestras cuevas que no nos damos cuenta de nada.
El librito está pensado para grandes urbes, esas en las que yo no quiero vivir nunca más (solo en Viena, pero Viena no es tan grande y Viena es diferente). Aun así, creo que hay algo muy bonito en la idea de buscar la naturaleza en la ciudad, incluso en ciudades como esta, lideradas por un alcaldísimo al que le encanta plantar arbolitos mientras tala o «se le caen» los árboles más veteranos. Pasear mirando hacia arriba y descubrir gaviotas vigías en lo alto de los edificios. Fijarse en las hierbas que se abren paso entre grietas en la acera (esto es una cita de Weeds, de Pulp).
Llevo muy poquito de libro y creo que luego pasamos a otros temas no naturales, pero la idea es siempre la misma, la que ya promete el título: estar presentes, parar y mirar a nuestro alrededor, notar plantas y aves y personas y perros y gatos y curiosidades arquitectónicas.
Hace un rato bajé a tomar un café a una terraza que hay enfrente de mi casa. Antes de salir pensé algo triste en que hoy no parecía que fuese a haber sol en ningún momento, que mi pequeño salón no se iba a ver inundado por la luz. Mientras tomaba el café, picoteando un trozo de bizcocho y el libro, me di cuenta. Ahí estaba el sol. Duró 5 minutos y no me tocó. Pero desde la mesita de la terraza miré hacia mi balcón y supe que sí, que el salón estaba iluminado. Y de alguna forma fui capaz de disfrutarlo desde lejos. ¿Tiene que ver esto con el libro y el mindfulness urbanita? Creo que un poco sí: noté la luz desde mi mesa a la sombra y disfruté de la alegría que me imaginé en Ziggy, cinco minutos de goce lejos de mí y entre los rayos de sol que entraron por sorpresa por la ventana.