La alegría de pensar en el café de la mañana
Esta semana, Haley Nahman contaba en su newsletter que en los últimos meses se había vuelto loca buscando piso. No lo necesitaba, pero después de ver y descartar uno que había aparecido de la nada, el gusanillo ya había picado. Se volcó y se obsesionó un poco y, después, pensándolo en frío, se dio cuenta de lo que había pasado: la pandemia le (nos) había robado el placer de la anticipación. Ya sabéis, eso de que nos genera más placer planear un viaje que luego hacerlo y que se puede extrapolar a cualquier cosa que nos apetezca y nos pernita fantasear con ese futuro idealizado. A Haley no le apetecía una mudanza (nadie sueña con esa tortura), pero sí se imaginaba en un nuevo piso perfecto en el que sería la persona feliz y productiva que no era en su hasta entonces cumplidora vivienda. Buscar y ver e imaginarse se convirtió en una droga. (Al final encontraron uno y se mudan en abril).
Por supuesto, me puse a pensar en cómo he sustituido yo esa alegría anticipatoria en este año sin planes. Pensar en los pequeños planes que ahora parecen grandes de la pospandemia (estar en una multitud sin miedo, abrazar, salir a la calle sin mascarilla, estar en un bar hasta más allá de medianoche) es una vía de escape, pero como es un futuro que no para de alejarse puede generar más ansiedad que placer. ¿De dónde saco el bienestar de la espera ahora que no viajo y que no hay ningún concierto de Belle and Sebastian en el horizonte?
Tras mucho pensar, se me ocurrió algo que llevo haciendo unos meses y que creo que puede estar relacionado.
Desde hace unos años, de forma intermitente, por la noche apunto las tres cosas que me han hecho feliz o que agradezco o que he disfrutado durante el día. Cuando no lo apunto, lo pienso cuando ya estoy en la cama. Es uno de esos ejercicios básicos que aparece en un montón de libros y artículos de autoayuda de calidad variable. El objetivo está claro: aprender a disfrutar de lo pequeño, a ver el lado bueno. A mí nunca me ha costado demasiado, así que apunto sin pudor cosas como «el sol en el sofá» o «apareció Going Underground en Spotify y tuve que bailar» o «me dio la risa tonta al leer un titular».
Hace unos meses, añadí un extra que supongo que vi en algún sitio y que me pareció buena idea: además de esa revisión de placeres del día que se acaba, apunto o pienso tres cosas que me hagan ilusión del día siguiente. A veces tengo algún plan y es fácil («¡quedé para tomar un café!»), pero en estos tiempos aún pandémicos eso no pasa siempre. Lo que hago es aprender de esas cosas que llevo años apuntando. El sol, un libro, hacer un bizcocho. Y apunto y, de alguna forma, planifico las satisfacciones pequeñas: «va a hacer sol», «el paseo matutino», «será viernes y veré una peli por la noche», «el café del desayuno». Incluso cuando al día siguiente tengo algo que no quiero o que temo, apunto «cuando acabe el día, lo habré dejado atrás».
Así, a veces la alegría me sorprende (¡un titular! ¡un contacto social inesperado!) y otras la creo haciéndole sitio en mi agenda mental del día (aunque luego no lo cumpla, la anticipación es lo que cuenta). Ir a la playa a ver el atardecer, pasarme la tarde leyendo. Y los días pasan y no sumo grandes viajes ni conciertos ni anécdotas para la posteridad, pero se llenan de momentos en los que de pronto me sonrío (o carcajeo, no me juzguéis) y de minutos u horas dedicados a fantasear. Que es algo que se me da muy bien y me hace muy feliz.
Mi regalo es que escuchéis Going Underground. Imposible quedarse quieta y triste.