La certeza de la primavera
Hace un año, en una de mis primeras incursiones a mi revalorizado balcón, descubrí que una de las plantas de mi vecino había saltado la valla y me había regalado una hijita. La cogí, la planté con mucho amor y la llamé «mi planta de la cuarentena». Lo de la foto de arriba es su estado actual, quizá no lo suficiente maltrecha como para protagonizar un meme de marzo 2020 vs marzo 2021, pero sí más triste, empequeñecida y reseca de lo que estaba hace un año. Es decir, peor pero no mucho, aún viva pero necesitada de cuidados y mimo. Un poco como muchos de los que estamos ahora por aquí. Despeinados y algo abrumados, pero en el fondo contentos de estar todavía en juego, de ver la luz al final del túnel aunque a veces haya apagones que hemos aprendido a ver como temporales.
Del estado actual de mi planta la única culpable soy yo, que no solo desatendí el consejo de ponerle un platito debajo para que no se secase, sino que durante todo el invierno (y me atrevería a decir que el otoño) confié su riego a los dioses gallegos de la lluvia. Y, bueno, parece que no llueve tanto como dicen. Curiosamente, fue en verano, cuando pasé menos tiempo en casa, cuando más me ocupé de sus cuidados.
Si, en esta peligrosa metáfora que he empezado, mi plantita somos todos nosotros, ¿quién soy yo, la responsable de los cuidados que se olvidó de regarla porque total ya llueve? ¿La pandemia, un estado del bienestar debilitado por años de políticas aficionadas a quitarle dinero y privatizar, la precariedad general en la que vivimos, el capitalismo? Escoge culpable. O quizá sea la combinación. O quizá la metáfora no se sostenga.
De todas formas, como a veces soy algo dada al pensamiento mágico, en cuanto publique esto voy a salir a regarla y ponerle un platito. Supongo que debería trasplantarla también, pero de momento voy a empezar por darle de beber. Seguro que me lo agradece.
No todo son malas noticias en mi balcón. Varias macetas tienen mi ya clásica plantación invernal de ortigas, que yo veo como algo malo principalmente porque no las puedo tocar (CLARO QUE QUIÉN SOY YO PARA TOCARLAS SIN CONSENTIMIENTO). Pero cada vez que pienso en las malas hierbas me acuerdo de una escena en Llama a la comadrona en la que la hermana Mónica Joan dice que no cree en ellas, que una mala hierba es simplemente «una flor que alguien ha decidido que está en el lugar equivocado». Y, vaya, ahora me siento peor por querer arrancarlas.
Como sorpresa y novedad, una de las jardineras se ha llenado de tréboles y estos sí me gustan porque no son agresivos y tienen florecillas amarillas. Además, mi planta de frambuesa está a tope con la primavera y una de las plantitas de fresa ha renacido.
Supongo que todo este ecosistema de mi balcón representaría de algún modo a la sociedad, pero dejémonos de metáforas. Solo representa lo que es: la primavera y la seguridad de que las estaciones pasan y de que el sol da mucho en mi balcón cuando el cielo está azul. Y qué alegría esa certeza y saber que si cuido a mi planta de la cuarentena se pondrá más bonita y la sorpresa de los tréboles floridos y la promesa de un verano con frambuesas.