Escribir no es una necesidad
Tengo blog desde los albores de ese internet que echamos de menos y, aun así, no fui la primera de mi entorno. Creo que el primero que hice fue para clase y fue un borrador. Teníamos que entregar un documento de Word con varias entradas con esos básicos que entonces no eran tan evidentes: lo más reciente arriba, cada entrada con su fecha y un título. La verdad es que no recuerdo si al final teníamos que ir a Blogger y publicarlo de verdad, pero mis amigas y yo acabamos ahí. Aunque recorriendo archivos (todavía vivos en las profundidades de la red), digo en un momento que empecé en LiveJournal. Fue a principios de 2004, o quizá antes.
Antes de tener mi primer blog, ya escribía. Mi especialidad eran los relatos de una carilla (a mano), longitud de la que siempre me costó escapar. También tenía mis libretitas con parrafadas adolescentes, libretitas que nunca consideré diarios porque recalaba en ellas de forma muy esporádica, normalmente impulsada por algún tsunami emocional. Pero siempre —en los años en los que todo era offline, en los que empecé a viajar de blog en blog, en los que compaginaba todo eso con un Fotolog, en los que jugaba a generación literaria con Cris, Lucía y Raquel, e incluso en los que escribía por dinero pero en realidad no escribía nada por placer—, siempre me consideré una persona-que-escribe.
Esto es un poco horrible y hace que me caiga mal, porque ser una persona-que-escribe lleva asociadas una serie de cualidades que nos hace creer que somos especiales, que esos blogs y cuadernos nos colocan en un lugar distinto (¡mejor!) al resto. Estamos al borde de convertirnos en el tipo de personas que responde «no lo sé, es lo único que sé hacer» a la pregunta de qué haríamos si no escribiéramos, en este caso. Yo sé hacer más cosas, quiero dejarlo claro. Y, si no supiera, aprendería.
Me revuelvo también cuando leo a alguien diciendo que escribir es una necesidad. ¿Lo es? Oh, no, claro que no, pienso rápidamente. Comer es una necesidad y dormir también. Escribir quizá lo sea, pero en pequeñito, una necesidad extra de cuando ya hemos comido y dormido o un parche para cuando no lo hemos hecho. Y, sin embargo, los momentos de mi vida en los que no estaba viviendo intensamente ni escribiendo por placer siempre han estado teñidos por algo de tristeza. Lo sorprendente es que escribir lo solucionaba, sin necesidad de salir a vivir la vida.
Escribir no es una necesidad, pero yo soy mucho más feliz haciéndolo. Empezar un blog en 2019 fue algo extraño y decidir casi desde el segundo post que iba a ser un blog como los de siempre, no mierdas de marca personal con el SEO en mente, es lo que hace que los miércoles siempre me levante contenta. Y en realidad no escribo tanto, no escribo todo el rato, no vivo enterrada en cuadernos. Pero sí pienso constantemente en hacerlo y voy hilando ya frases en la cabeza mientras me ducho o estoy en el sofá o hago scroll en Twitter.
Creo que mi actitud hacia la escritura es la que explica Ray Bradbury en su librito Zen en el arte de escribir, uno de mis ensayos favoritos (en realidad son varios ensayos). Él sí es de los de escribir es una necesidad y tenemos que hacerlo todos los días, pero siempre desde y hacia la alegría. Nunca entendió a los escritores que hablan de escribir como una especie de sufrimiento y tortura. Yo tampoco. Estoy aquí una vez a la semana y en la niusléter una vez al mes y en mi cuaderno de vez en cuando porque lo disfruto. Y creo que he sido siempre así.
En una de mis primeras entradas en uno de mis primeros blogs, en 2004, digo que empecé en parte inspirada por el diario que tenía Stuart Murdoch en la web de Belle and Sebastian. También cuento que soñé que me lo encontraba haciendo footing (él) y que le gritaba «¡Stuart!» y él paraba y me miraba un poco con hastío ante otra fan loca, pero que luego hablábamos y al final le caía mejor. Creo que entonces no pensaba tanto en por qué tener un blog, pero claramente era la misma persona. Porque, 18 años después, sigo escribiendo por aquí y sigo soñando con Stuart.
Pero escribir no es una necesidad, podría parar si quisiera. Solo que no quiero.