Elegir malgastar el tiempo
Soy de esas personas que, si empiezan un libro, lo tienen que acabar. Sé que esto es algo absurdo. He pasado horas de mi vida leyendo cosas que no estaba disfrutando y lamentándome por ello, evitando el momento de coger el libro y quizá incluso planteándome abandonar. Pero al final siempre me obligo a llegar al final.
Como, además de libros, leo muchos artículos en internet, sé que esta manía de querer llegar al final no tiene muy buena prensa. La vida es corta, no la malgastes leyendo cosas que no te gustan, me dice —paradójicamente— internet. Y estoy de acuerdo en esencia. La vida es corta y cada minuto es único. ¿Me va a devolver alguien las horas que perdí leyendo el Libro del desasosiego, resoplando y pensando que lo que Pessoa necesitaba era salir a que le diera un poco el aire? Claro que no. Pero me gusta haber llegado al final porque siento que puedo criticar con fundamento. (Pongo un ejemplo de algo considerado alta literatura porque es el primero que se me vino a la cabeza, pero yo llego al final siempre: aunque lo que me está horrorizando ni siquiera tenga pedigrí. No es un «como es Pessoa tengo que acabarlo»).
Esos libros que se me atragantan se convierten de pronto en algo estúpidamente personal y acabarlos me da una alegría que dudo que compense las horas de tedio, pero los cierro con orgullo, como sintiendo que he ganado algo, un pulso al autor que, suponiendo que no esté muerto, es totalmente ajeno a la pequeña guerra que le he declarado y de la que me he proclamado vencedora. Aunque, pensándolo fríamente, si he acabado el libro quizá quien haya ganado haya sido quien lo escribió.
Esos artículos, sin embargo, me dicen que lo he hecho mal, que he malgastado el tiempo. Esto es lo que me molesta un poco: mi tiempo es mío y puedo emplearlo —en esas horas a las que llamamos libres— en lo que quiera, siempre que no haga daño a nadie. Qué necesidad habrá de juzgar nuestras actividades.
Lo pienso también mucho cuando escucho comentarios dirigidos a alguien que lee mucho (mucho es mucho más que yo, esa gente que lee un número de libros al año que nos parece imposible). Porque juzgamos duramente a quien no lee, pero ¡ay de los que leen demasiado! ¿No tienen vida?, decimos casi con desprecio. Yo aquí suelo entrever una especie de defensa propia disfrazada de sorna. Como por alguna extraña razón leer es una actividad con un estatus de superioridad, al ver a alguien que lee muchísimo más que nosotros nos sentimos casi atacados. Si ellos lo hacen, ¿cuál es nuestra excusa?
Y, oh, tenemos mil excusas, pero al final todo se resume en que priorizamos nuestro tiempo de otra manera. Hay gente que de verdad no tiene tiempo físico (o espacio mental, también necesario) para leer o para cualquier otra actividad de ocio, pero la mayoría podríamos rascar más minutos al día para hacerlo. Simplemente no lo hacemos. Y no pasa nada, pero tampoco deberíamos sentirnos atacados por alguien que sí lo hace.
Sigo en Twitter a un tipo que se llama Andy Miller y que cada mes publica una foto con los libros que ha leído en los últimos treinta días. Son muchos. Ha sabido capitalizarlo y ha escrito un libro sobre el año que decidió empezar a priorizar leer, y hace un par de años escribió un artículo sobre cómo lo consigue y sobre cómo a la gente no le gusta que lea todo lo que lee (está en inglés). Empieza, de hecho, contando que una vez lo abuchearon en un festival de literatura por leer demasiado. En Twitter suelen acusarlo de mentir, de buscar publicidad, de no trabajar. Su defensa es que, además de que para su trabajo tiene que leer, de verdad le encanta hacerlo. Así que lo hace. Esa es la defensa de la gente que lee demasiado: es lo que más les gusta hacer.
Todo esto va sobre libros por casualidad, quizá porque es algo muy presente en mi vida. Pero en realidad es aplicable a cualquier otra cosa. No creo que pasarse una tarde leyendo sea mejor que pasarla viendo una serie. Por supuesto, algo en mi fuero interno, por ese estatus social que tienen los libros, me dice que una actividad es superior a la otra. Pero al final todo es simple y puro entretenimiento, sea el libro un clásico o un best-seller considerado basura, sea la serie una de esas elevadas al podio de lo imprescindible o de las que vemos sin decírselo a nadie por miedo a que nos juzguen pero que nos dan la vida.
El entretenimiento tiene muy mala prensa también y no sé bien por qué. Quizá porque la vida es corta y, cuando estamos entretenidos, pasa aún más rápido. Pero mejor eso que las largas horas en las que estamos esperando algo o leyendo a Pessoa (hablo por mí, que nadie se sienta atacado). Y, sí, yo misma ataco con mis razonamientos mi manía de acabar los libros que empiezo. Pero es mi tiempo, dejad que lo malgaste como quiera.