Botones de otoño
Una de mis palabras preferidas desde que me puse a pensar en ella hace unos meses es botón. No me maravillé un día de pronto mientras me abrochaba un pantalón o una camisa. El camino a la maravilla fue otro, el de su quinta acepción:
5. m. Flor cerrada y cubierta de las hojas que unidas la defienden, hasta que se abre y extiende.
Tenía una planta en el balcón llena de promesas floridas y, en vez de pensar capullo, más directo porque las flores son su tercera acepción, mi mente dijo botones, la planta está llena de botones. Y me sorprendió un poco, tanto que fui al diccionario a ver si ese significado existía, como cuando repites una palabra hasta que la vacías de contenido y el mundo se vuelve raro por unos instantes. En el número cinco, pero ahí está. En gallego es la primera (y sobre todo la segunda) acepción y supongo que por eso me parece tan natural y casi transparente, la única palabra posible, la más representativa. Por eso la forma de poner los labios casi me parece que ilustra un botón a punto de abrir. Como los que hay ahora, de nuevo, en mi balcón.
Estos botones otoñales, ya coloreados y a punto de estallar en flores, me alegran porque me recuerdan que en esta estación —como en todas— pasan más cosas que las que más se publicitan. Sabemos que todas las estaciones tienen plantas que florecen, pero si buscas «otoño» en Google Imágenes ves solo el espectáculo de la naturaleza más clásico: hojas que han abandonado el verde y están a punto de abandonar también los árboles.
En mi balcón, sin embargo, no hay de eso. Hay un cosmos que cultivé desde sus semillas y que ahora sobrevive temporales y sustituye flores ya pasadas por nuevos botones porque esta es su época. Y también hay una margarita que ya me hizo muy feliz cuando floreció hace dos o tres meses, luego infeliz cuando algún bicho o enfermedad que no era Ziggy se comió sus hojas y marchitó sus flores, y ahora feliz de nuevo porque se ha vuelto a llenar de botones llenos de energía encerrada que lucha por salir alegre al sol.
Cada mañana salgo a ver si ya se han coloreado, si ya han abierto. Cada vez tienen menos luz, pero no parece importarles, al menos no todavía. Esto no es Islandia, parecen decirme, o eso imagino yo que me dicen porque estoy leyendo un libro muy islandés en el que el invierno sin luz tiene mucho peso. También los volcanes, lo que me parece una alegre coincidencia porque decidí leerlo sin saber nada solo porque ya había leído otro de la misma autora y me había gustado mucho, porque estaba en casa de mis padres y me había quedado sin lectura y tuve que elegir entre sus libros y no hacer mi sorteo. Por eso mi lista de espera no baja, porque siempre intercalo.
Pero yo venía a hablar de botones y de otoño. De las futuras flores que llegarán aunque los días sean más oscuros y de mi vestido preferido, que tengo ahora puesto y que está atravesado por botones de arriba abajo pero que no se abre porque un día decidí coser los intervalos para que no se convirtiera en una cadena de ADN cada vez que me siento. En este año y medio en el que muchas de nuestras vidas se han vuelto más pequeñas, creo que he aprendido a perderme en los botones. Y pienso a veces que es también porque me imagino como una de esas flores que crecen escondidas y protegidas por las hojas que las encierran. Creo que ya estoy coloreada y a punto de estallar.