Identidades: una exploración
Hace tres años, me quedé al cuidado de la casa y la perra y las gatas de mis padres mientras ellos estaban por ahí de viaje con la furgoneta. Dejaron el coche para que pudiera venir a Vigo de vez en cuando a hacerle caso a Ziggy y a mi casa también. Algún día, mientras hacía el trayecto de Borreiros a Vigo o viceversa y mi cuerpo sentía y aceptaba la comodidad de ir y venir cuando quería, me pregunté: «¿por qué no tengo coche?». La única respuesta real que logré darme, más allá de temas medioambientales y económicos (muy reales también, pero en mi fuero interno solo una excusa que usaba), fue: «porque Ana no tiene coche». Y justo ahí decidí cambiarlo.
Me acordé de esto el otro día al leer este artículo de Madeleine Dore en la newsletter de Extraordinary Routines. Enmarcado en el contexto de la pandemia (¿qué no se enmarca ahora mismo en ese contexto?), habla de cómo nos aferramos a las etiquetas que nos identifican y con las que nos identificamos. Algunas son externas; otras, las que nos cuesta más abandonar, autoimpuestas. Ella habla en particular, en su caso, de ser una persona siempre ocupada, con mil proyectos, y de cómo la pandemia la ha ido obligando a tener menos, a dejar ir esa identidad. Y, lo más importante, cómo ha aprendido a no llenar ese espacio de forma inmediata.
Pensé en todo esto también al leer a Jodi Ettenberg en el post que publicó estos días sobre el futuro de su blog Legal Nomads. Jodi es una abogada que un día decidió dejar su trabajo y viajar por el mundo y contarlo en su blog. La típica historia, solo que ella tenía pensado volver al trabajo. Pero como escribe muy muy bien pudo hacer el clásico «dedicarme a viajar y ¡ganar dinero con ello!». En el verano de 2017, sin embargo, una punción lumbar mal hecha le provocó una fístula del líquido cefalorraquídeo. Su nombre en inglés es más claro, cerebrospinal fluid leak. Leak es la palabra clave: escape, fuga, gotera. Que este líquido, el que mantiene al cerebro en su sitio y no dándose golpes contra el cráneo, salga de su lugar provoca sobre todo fuertes dolores de cabeza que solo se alivian un poco cuando se está tumbado. Hay solución, una especie de parches, y Jodi lo hizo, pero a veces un movimiento brusco o inesperado le vuelve a provocar la gotera. Vaya, que lleva unos años complicados y ya no recorría el mundo antes de la pandemia.
[No toméis nada de esto como información médica fiable. Médicos: perdón por simplificar así.]
En su post de reflexión de 12 años desde que empezó el blog, admite la dura realidad: «me encanta escribir y mi mente echa de menos escribir. Escribir este post a pequeños trozos por las mañanas fue como volver a casa. A mi cuerpo, sin embargo, no le gusta que escriba. Mis síntomas empeoran cuando lo hago y, si bien he probado soluciones creativas como voz a texto o transcripción, no aplacan el deseo de escribir. Me gusta el teclear, el acto de las palabras cayendo de mi cerebro y reordenándose en prosa». Conclusión: va a aceptar su estado actual y escribir menos, dejar ir esa identidad. Va a explorar otras, como ser una persona con un podcast.
Qué tiene que ver todo esto conmigo
Si sabéis algo de cómo ha sido mi verano, quizá os estéis asustando. Si además sabéis detalles más específicos, como que mi lado izquierdo funciona peor que el derecho y que mi mano izquierda no es especialmente ágil, quizá os asustéis más. Pero no lo hagáis. Aunque tecleo mal y muchas veces a una mano, lo único que significa es que voy más despacio. Planeo solucionarlo con calma y paciencia (y me pasa desde hace un par de años, no es producto de mi drama veraniego). No voy a montar un podcast.¿Por qué entonces cuento todo esto?
Volvamos a las identidades. Igual que algunas nos las ponen desde fuera, otras nos las arrebatan las circunstancias. Jodi Ettenberg ya no es principalmente escritora (aunque yo creo que lo sigue siendo, que lo será siempre), pero hay muchas otras identidades que puede probar y explorar y, si no le gustan o no le sirven para nada, desechar. También dejó de ser abogada —en el sentido de que ejercía como tal— aunque le gustaba su trabajo. Hizo un paréntesis para probar otra cosa y la identidad de abogada salió volando por los aires.
Todo enlaza un poco con los huecos de tiempo vacíos con los que se está encontrando Madeleine Dore. ¿Llenarlos con nada es llenarlos? Quizá, en cierto modo, sí. Es recuperar esa identidad olvidada de persona que es capaz de estar a solas de verdad, a solas con sus pensamientos, sin música, ni podcasts, ni libros, ni móvil.
Cuando salí del hospital me di cuenta de que había aprendido eso, a estar sin hacer nada —aunque alguno de los últimos días me quejé del aburrimiento, prueba de que ya estaba mejor—. Una desconexión, una desintoxicación forzada, pero efectiva. Ya he vuelto a las andadas, no os creáis, el poder del móvil es muy fuerte, pero me pregunto si no debería zambullirme en esa identidad y buscar esos momentos contemplativos de los que tanto hablo y no practico lo suficiente. ¿Es una identidad válida?
El otro día le pasé el artículo de Madeleine Dore a Debbie, porque también vive en Melbourne y me acordé de ella. Hablamos e identidades y me preguntó lo contrario: ¿qué identidad vas a dejar ir? Tengo que pensarlo, le dije. Sigo sin saberlo.