Antes de reconectar
Creía que mi mes de desconexión iba a desembocar en más actualizaciones por aquí, pero de momento me dedico más a leer y pensar, leer y pensar.
Este fin de semana volví a ver la trilogía Before..., esas tres películas sobre Jesse y Céline (Ethan Hawke y Julie Delpy), que se conocen en un tren en el 94 y con los que nos encontramos nueve años después y de nuevo nueve años después. Si las has visto, sabes que son películas en las que los dos personajes hablan y filosofan mientras pasean por Viena, por París, y por un pueblo al sur del Peloponeso. Tocan tantos temas, pero yo me quedé con dos momentos en los que hablan de lo que yo estoy sintiendo estas semanas de experimento.
En la primera película, Before Sunrise (Antes del amanecer), cuando aún están en el tren y se acaban de conocer, Jesse cuenta que lleva un par de semanas recorriendo Europa en tren. ¿Y qué tal el viaje?, pregunta Céline. Tras bromear (aunque no tanto) sobre cómo ha sido una mierda, Jesse dice que en realidad ha disfrutado de pasar tanto tiempo mirando por la ventana. Que se le han ocurrido muchas ideas, ideas que normalmente no se le habrían ocurrido. (Hablé de esto mismo en un artículo en defensa de viajar en tren inspirado un poco por haber vuelto a ver las pelis).
En la segunda, Before Sunset (Antes del atardecer), Céline cuenta que cuando era pequeña estuvo un tiempo en Varsovia, aún bajo el régimen comunista. Cuando llevaba allí un par de semanas, dice, notó que aunque todo a su alrededor era gris, sentía su cerebro más claro, más limpio. Se le ocurrió que era porque estaba lejos de todas sus rutinas: la tele en un idioma que no entendía, no había nada que comprar, no había anuncios. Todo lo que hacía esos días era pasear, pensar y escribir. Su cerebro estaba en paz, descansado, tranquilo.
Me siento un poco así, con un cerebro vacío pero llenísimo, aunque el estado óptimo está aún lejos. Al fin y al cabo, mi desconexión es un poco ficticia. No estoy en un tren sin teléfono y sin internet y tampoco en un país comunista. Y tampoco he hecho algo radical, no he cancelado la tarifa de datos del móvil ni cortado los cables del router. A veces aún me descubro en la inercia de entrar en una red social por trabajo y empezar a hacer scroll en el feed. Me detengo a tiempo, pero sí leo la actualización que sea que está arriba de todo (y me tranquiliza algo que Twitter sepa que no quiero perderme los tuits de Stuart, porque siento que nuestra relación está saliendo algo dañada de todo esto).
Recuerdo cuando era joven y escribía relatos cortísimos. Las ideas me atacaban, aparecían sin parar. No solía ser algo ya formado, solo una imagen o una frase o una palabra de la que tiraba como si fuera un hilo. Las ideas desaparecieron, curiosamente, cuando me mudé a Praga, como también desaparecieron los sueños con John Lennon, yo creo que porque estaba tan ocupada viviendo cosas nuevas que entré en modo absorción. Además, la República Checa hacía ya unos años que no era comunista y a mí me fascinaba ver películas dobladas al checo en la tele y reconocer palabras, así que no tuvo el efecto que Varsovia tuvo en Céline. Claro que era un momento en el que aún no sentía esto que sentimos todos ahora.
Las ideas que tengo no son para relatos. Son ideas sobre la vida, pequeñas reflexiones que anoto en mi diario o en la cabeza, que repaso y saboreo y a las que voy dando forma y que creo que irán apareciendo por aquí en forma de posts. También tengo otras ideas, otras fantasías y pensamientos tan íntimos que ni me atrevo a escribir en un cuaderno, pero que son míos y me hacen sonreír y respirar y entretenerme. A veces canturreo. Pero eso ya lo hacía antes.