Por qué no escribo sobre música (y artículos que leí y publiqué en abril)
Escribo desde el avión, recién salidos de Bremen en dirección Oporto. Estuve en Alemania para cubrirme de sonido, como ya adelanté hace unos meses, y sí, me cubrí bien.
Pienso muchas veces en por qué no escribo sobre música. Esto no es del todo cierto, claro, en mis espacios personales, como este blog, al final acabo virando hacia ese tema todo el rato. Pero me refiero a lo profesional. Yo, que decidí ser periodista para ir gratis a conciertos, por el camino me perdí. Y lo hice a propósito.
No escribo sobre música porque creo que no sé —creo, en realidad, que nadie sabe—. O por lo menos no sé ni quiero ni me sale hablar de sonido con adjetivos y hablar de referencias y corrientes e influencias. En los años de reflexión en la carrera (para eso sirvió, y lo digo como algo bueno) leí mucho periodismo y crítica musical, convenciéndome línea a línea de que yo no quería hacer eso.
Yo solo sé escribir desde una perspectiva muy personal, como hacía en la Torre, y desde luego solo de sonidos que me tocan un poco. Solo sé decir cosas como que Conor Oberst me pone nerviosa y cafeínica, que en los conciertos se me tensa el cuerpo (una tensión buena) y el cansancio se evapora. Que hay algo en la progresión y los cambios de ritmo de Sleepwalkin’ que me sacude por dentro; que la batería que entra en My City después de decir Today I went walking while things explode me explota en el cerebro. Que qué raras y placenteras estas sensaciones, cerrar los ojos con fuerza cuando sabes que va a llegar un momento de fuegos artificiales interiores, esa anticipación al golpe de guitarra.
Sensiblerías y cursilerías, vaya.
De música, en lo profesional (estoy incluyendo Disquecool aquí, aunque no dé dinero) me limito a las entrevistas, porque me gusta hacerlas y me gusta que sean otros los que (me) hablen de música. Y crónicas de festivales, sí, porque son el precio a pagar por ese sueño adolescente de la acreditación.
En abril publiqué por primera vez, creo, un tema musical de esos que me pagan. Me gustó mucho hacerlo y también me revolvió un poco. Me pregunté si no escribo sobre música por la misma razón por la que hay pocas mujeres en esa industria. Me pregunté si no debería empezar a hacerlo solo por mover un poco las cosas, casi como protesta.
Artículos que leí en abril (y me gustaron)
El pene que acabó siendo un calamar (Serxio González en La Voz de Galicia). Un poco de hemeroteca. Pasó en Carril, Vilagarcía. Leedlo.
El restaurante gallego donde lo único gallego era yo (Anxo F. Couceiro en El Comidista). Empiezas creyendo que va a ser una crítica llena de humor y acabas con una lagrimita.
El silencio estaba en Génova (Patricia Gosálvez en El País). Patricia Gosálvez publicó varias crónicas maravillosas sobre la España que vota durante la campaña electoral. Esta es la última, sobre cómo se vivió la noche de las elecciones en Génova. Sin desperdicio.
Màxim Huerta: “Reconozco que con un poco de apoyo del Gobierno me habría quedado” (Rafa Pontes en Icon). La primera entrevista de Màxim, ahora Máximo, desde su breve y traumática experiencia como ministro de Cultura.
Así se divertían por Galicia as Xuventudes Hitlerianas (Eduardo Rolland en GCiencia). Estaban por Vigo en 1939 y se lo pasaban muy bien.
La reina Letizia abandona la Casa Real tras finalizar su documental sobre la monarquía para Televisión Española (Javi Ramos en El Mundo Today). Sería fantástico, ¿no?
En inglés:
You Have to Watch This Show (Kelly Stout en The New Yorker). Para todos los que alguna vez hemos insistido, incluso presionado, a algún amigo para que viese alguna serie.
The Instagram Aesthetic is Over (Taylor Lorenz en The Atlantic). Resulta que empieza a estar más de moda poner fotos menos editadas y preparadas y más reales. Menos mal.
Cut! Is this the death of sex in cinema? (Catherine Shoard en The Guardian). Fascinante artículo sobre cómo y por qué cada vez hay menos escenas subiditas de tono en las películas. Según la autora, porque el porno es muy accesible y como efecto del movimiento #MeToo. Yo diría que también porque se ha desplazado a las series.
Would life be happier without Google? I spent a week finding out (Tim Dowling en The Guardian). El intrépido periodista vivió una semana sin Google y, sí, se vio un poco perdido. El artículo es muy divertido y os hará sentiros viejos cuando dice que su hijo de 20 años no conoce el mundo sin Google (porque Google es del 98 y el chico, ya adulto, del 99).
The case for grown-up slumber parties (Caroline Kitchener en The Lily). Por qué deberíamos seguir teniendo fiestas de pijamas ahora que somos adultas. Según parece —y lo he pensado y creo que es cierto— compartir con alguien ese prepararse para ir a dormir y luego los primeros momentos del día une mucho. Y no vale en plan viaje: una fiesta de pijamas porque sí.
Y lo que publiqué
En Matador:
20 razones por las que la Ribeira Sacra debería ser patrimonio de la humanidad
Hay esperanza para Notre Dame: 8 catedrales que resurgieron de las cenizas
En Disquecool:
En La Voz de Galicia:
Ellas marcan el ritmo (el reportaje al que me refería al principio)
Otros:
¿Tiene sentido la caballerosidad en el siglo XXI? (Verne, El País)
Qué ver en los alrededores de Oporto (blog de Skyscanner)
Salir a explorar una ciudad nueva sin tu smartphone, ¿te atreves? (blog de Hostelworld)