La gente cansada
Mirad, otra semana que se me ha ido de las manos. Y eso que hubo vacaciones por el medio y yo llegué a ellas cargadísima de buenas intenciones, pero siempre me pasa lo mismo: me alejo del ordenador cuando hay días libres. Aunque muchas veces lo lleve de paseo y me diga que voy a aprovechar para adelantar trabajo, escribir aquí, ser útil y productiva, mi cerebro no me deja. Y en realidad se lo agradezco un poco.
Nos encanta presumir de lo malo. Poner fotos en redes sociales de que es fin de semana y estamos trabajando, de un tupper a la hora de comer delante del ordenador, contarle a Twitter las pocas horas que hemos dormido. Y no estoy diciendo que haya que poner solo lo bueno (bien sabemos que ese es otro problema), pero siempre leo un poco en todas esas actualizaciones algo que va un poco más allá. Un intento de glamourización de lo terrible, un querer competir por ser el que más trabaja y en peores condiciones. Y, siempre, querer ser el que está más cansado, como si reconocer y admitir el cansancio en otros, la fatiga ajena, fuese a invalidar la nuestra.
¿Que estás cansada? Ya verás cuando tengas hijos.
¿Que estás cansado? Pues si tuvieses una enfermedad crónica…
¿Que estás cansada? Yo hace años que no tengo vacaciones.
¿Que estás cansado? Al menos no tienes insomnio.
(A nadie en edad laboral se le ocurre quejarse de estar cansado por haber salido de fiesta. Ese es un cansancio que no vale, autoinfligido, que no hará más que generar una ristra interminables de comentarios sobre «ya me gustaría a mí salir de fiesta, pero MI VIDA SERIA Y PEOR QUE LA TUYA Y CON RESPONSABILIDADES NO COMO TÚ, DESPOJO DE LA SOCIEDAD, ME LO IMPIDE»).
Una de las cosas que sí hice en Semana Santa fue leer. Devoré en dos días Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Moshfegh, una novela sobre una veinteañera que decide pasarse un año durmiendo, a base de narcóticos y alcohol, para ver si al despertar se encuentra mejor, con más ganas de vivir. Sin esta fatiga existencial tan milenial (claro que ella tiene 26 años en el año 2000, así que técnicamente es Generación X). Ella, tan privilegiada (es rica), está cansada. Aunque sea un personaje de ficción, enseguida queremos gritarle todas las razones por las que estamos más cansados que ella, nosotros que sí tenemos razones (¡incluso derecho!) pero no los medios para pasarnos un año durmiendo.
Todos estamos cansados y todos hemos vivido ese momento de incomprensión en el que alguien resta importancia a nuestro cansancio. Pero creo que también somos culpables de estar al otro lado, de decir (o solo pensar) que el cansancio de otro es una tontería.
Es evidente que hay circunstancias que suman, que van llenando el vaso del cansancio. Pero solo podemos compararnos con nosotros mismos, porque (atención, metáfora terrible) todos los vasos somos distintos. Claro que si tienes un recién nacido estás más cansado que antes que tenerlo. Pero ¿más o menos cansado que esa otra persona sin hijos pero enferma? ¿más o menos que esa sin hijos pero que trabaja jornadas de 15 horas? ¿más o menos que esa persona sin razón aparente para estar cansada, pero que lo está y no sabe por qué y ya sabe que no tiene razones y lo último que necesita es que alguien se lo recuerde y le diga que no tiene ni idea de lo que es el cansancio?
Poco importa, en realidad. Pero a lo mejor nos iría mejor a todos si en vez de ver un ataque en el cansancio ajeno viésemos una oportunidad de conexión.
¿Estás cansada? Jo, yo también.
Y ya está.
(Me ha quedado todo un poco columna barata, pero es mi blog y hago lo que me da la gana. Yo no suelo trabajar en fines de semana y festivos porque aunque lo intente mi cerebro dice JA, JA, JA, SÍ, INTENTA TRABAJAR, PERO QUE SEPAS QUE YO TENGO MIS DERECHOS Y NO PIENSO VOLVER A CONECTAR HASTA EL LUNES. A veces es imprescindible, ya sé. Pero no debería).
Del tema de querer ser los que más trabajamos escribí hace unos años en Disquecool.