Cartas que son canciones, recetas para el siglo XXI
Ayer me picaban los ojos. Me pasé la mañana notando que tenía que hacer un esfuerzo casi sobrehumano para mantenerlos abiertos delante de la pantalla. Un poco como si no hubiese dormido lo suficiente, pero no era el caso. Para la tarde tenía planes de utilidad fiscal (la declaración del IVA), pero como mis ojos seguían descontentos ante la pantalla, decidí hacer algo que no sé bien cuándo había hecho por última vez: escuchar un disco. De verdad, sin hacer nada más a la vez. Vi que Jens Lekman acababa de lanzar con Annika Norlin Correspondence. Lo puse, subí el volumen y me eché en la cama.
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Jens y Annika se pasaron 2018 escribiéndose cartas en forma de canciones. Una por mes, con la regla de usar un único instrumento (además de la voz). Las fueron publicando mes a mes, aunque yo no les hice mucho caso, y ahora les han añadido más instrumentación y las han recopilado en forma de disco (aunque solo digital). Al poder escuchar toda la correspondencia, la conversación, seguida, creo que cobra fuerza.
Mientras escuchaba tirada en la cama prestando mucha atención a las palabras, pensaba en que es un producto muy de su tiempo. Empieza Jens preguntándose cómo hacíamos amigos cuando éramos pequeños y recordando cómo conoció a Annika y si quiere ser su amiga por correspondencia.
Las cartas de febrero y marzo no hacen mucha referencia las anteriores y podrían ser casi independientes, pero entonces en abril Annika habla del deseo de hibernar que sintió ese invierno abrumada por todo lo que tenía que hacer y Jens contesta en mayo preocupado. Siento que te hayas sentido así, tengo a muchos amigos también enterrados bajo listas de tareas largas como los créditos de una película. Cuenta que a veces se imagina que tiene un montón de clones. Le dice que, si necesita tomarse más tiempo, él puede encargarse de cubrir su trabajo.
Meses después es Annika quien tiene que animar a Jens. Él ya da señales de que algo no anda bien en septiembre, en una cancionita desgarradora en la que cuenta que fue a una droguería a por crema hidratante y cómo se encontró de pronto llorando cuando la dependienta le lavó la mano con mucho cuidado y cariño (era una tienda de lujo) para extenderle la crema. Hacía mucho que no lo sujetaban así, que no sentía ese contacto humano.
En octubre Annika no contesta a esto, sino que hace referencia al día de las elecciones, en el que se vieron un ratito en una estación de tren, pero cuando la carta de noviembre de Jens habla de un eczema provocado por la ansiedad, de haber pasado unos días entre pomadas, antibióticos y ansiolíticos, durmiendo y teniendo sueños raros, la respuesta en diciembre es muy bonita, especialmente ahora que han añadido producción a las canciones. Annika cuenta la historia de cómo se escribió Noche de paz y le pide a Jens que la cante muy alto, que quizá así su micrófono lo pueda grabar. Y en ese momento, se escucha la voz de él también cantando el villancico. Y todo es de pronto un poco más positivo.
De la desconexión y la empatía
El disco es muy bonito por esa conexión que se va formando entre ambos y por todos esos temas que tratan, tan de ahora y, creo, tan característicos de nuestra generación (aunque son mayores que yo, más de la Generación X que milenials viejos, especialmente ella) y nuestro tiempo.
Hablan del cambio climático; de comprar una manzana muy grande y no tener a quién enseñársela, publicarla en Instagram y que tenga muy pocos likes; de los incels y de volver a ver Revenge of the nerds (La venganza de los novatos) de adulto y sorprenderse al ver que hay una violación que no recordaban; de la muerte de Avicii; del capitalismo; de Wild Wild World y entender el atractivo de las sectas porque es tener a alguien que te diga qué debes hacer y cuál es el camino (esto enlaza con LA escena de la segunda temporada de Fleabag); de querer marcharse a un bosque y convertirse en un oso; de sentirse raro leyendo sobre una utopía por llevar tantos años imaginando solo distopías.
Life Will See You Now, el disco que Jens sacó en 2017 y que pasó bastante desapercibido, fue mi disco favorito de ese año. Me pasé mucho tiempo pensando y diciendo que las canciones de Jens eran pequeñas dosis de empatía, de entender o creer entender lo que está sintiendo el otro pero no atreverse a decirlo porque vivimos en un tiempo en el que vemos con desconfianza cualquier intento de conexión un poco más íntima, aunque sea también algo que anhelemos.
En Evening Prayer habla de un conocido que acaba de superar un cáncer y de no atreverse a decirle lo mucho que se alegra y lo preocupado que había estado por él. ¿Era un amigo lo suficientemente íntimo para poder sentir esas cosas? En How can I tell him se pregunta cómo decirle a un amigo que lo quiere, porque los hombres no se dicen esas cosas.
En Hotwire The Ferris Wheel recorre las atracciones de una feria con una amiga que ha tenido un mal año. «Estoy aquí si quieres hablar, o para mantener la boca cerrada, si es lo que prefieres», le dice.
¿Por qué esta pequeña oda a Jens Lekman? Porque siento que nos hemos olvidado de él y que es ahora cuando está haciendo las cosas más necesarias. Pero está claro que el amor sigue ahí: hace dos días publicó en Instagram su segunda foto, siete años después de la primera, y la reacción de la gente me hace pensar en lo mucho que lo echábamos de menos (aunque en realidad nunca se fue a ninguna parte).
Y, no sé si lo sigue haciendo, pero antes siempre contestaba a los mails. Yo le escribí dos veces y las dos contestó (meses después, pero contestó). Sigue con su web hecha por sí mismo y la web de Correspondence es claramente obra suya también.
Y odiaba MySpace. Ahí a mí me ganó para siempre.