El corazoncito de Twitter (pataleta contra las redes sociales que compartiré en las redes sociales)
A veces pienso en convertir este blog en lo que eran los blogs de hace 15 años. Esos en los que pulsabas «publicar» y sabías que te leerían solo tus cuatro amigos que también tenían un blog, algún nuevo amigo virtual y tu familia. La forma de promocionarse era dejar comentarios en otros sitios, como bien aprendimos todos luego con el Fotolog, pero tampoco te importaba demasiado el tráfico. Escribíamos para nosotros, para nuestros conocidos, para algún despistado internauta que nos pudiese encontrar.
Ahora publico aquí y enseguida comparto. Voy a Facebook, voy a Twitter, voy a Instagram, voy a LinkedIn. Adonde no voy es a otros blogs a leerlos y dejar comentarios —aunque fuesen algo interesados— y ahí es donde sé que esto se nos ha roto un poco.
La semana pasada se cayeron Facebook e Instagram a la vez y ahora todo está lleno de artículos sobre ese pánico, pero yo no sentí ningún pánico. Sí lo sentí, en cambio, cuando a mi móvil se le atragantó una actualización y decidió hacer su huelga del 8M una semana antes. En esas horas en las que tuve que esperar a que se quedase sin batería para hacerle uno de esos reseteos totales y profundos, mi pánico fueron Whatsapp y esas llamadas que ya nadie nunca hace pero que iba a recibir ese día. No fue una desintoxicación digital porque tenía ordenador y tableta con redes sociales en las que quejarme por no tener Whatsapp.
El móvil volvió a la vida con un daño colateral que arrastré un par de semanas y que ahora se ha arreglado solo: no me llegaban notificaciones. Yo vivía tranquila creyéndome conectada todo el rato, hasta que entraba en Whatsapp para escribir a alguien y recibía de pronto una lluvia de mensajes individuales y en grupo. Me perdí algún momento tipo «estoy en tu barrio, ¿hacemos algo?» (aunque hubo quien al ver que no leía su mensaje me llamó), pero gané bastante en tranquilidad.
Ahora todo funciona bien menos mi cerebro, que sigue un poco anclado en la situación de no notificación. Esta noche soñé que no iba a una reunión importante que tenía hoy porque volvía a no recibir notificaciones (y yo creía que ya sí las recibía, es decir, no notificación era no mensaje). A las 12 del mediodía, todavía en pijama, entraba en Whatsapp y encontraba cientos de mensajes preguntándome que dónde estaba.
También soñé que me hacía amiga de Conor Oberst en una escalera en Alemania. Que me hago amiga de ídolos musicales es algo que llevo soñando desde los 11 años, pero me molesta un poco más soñar con Whatsapp.
Me molestan y preocupan muchas cosas de todo esto, en realidad. Me molesta saber que claro que voy a compartir esto en redes sociales. Me molesta que no importe mucho que instale apps para limitar mi tiempo en el móvil porque las sorteo e ignoro y tengo el ordenador como plan B (justo estos días Carmen Pacheco decía que había logrado limitar su tiempo diario de Instagram y Twitter a un minuto (¡uno!) y la envidio mucho). Me molesta saber que si no sentí pánico por lo de la caída fue solo porque era algo generalizado (¡no había FOMO!).
Me molesta que mis horas digitales que no son estrictamente trabajo sean en su mayoría horas vacías de scroll ausente y poca conexión.
Me molesta que algo se ilumine en mi cerebro cuando en la barra de las notificaciones del móvil aparece el corazoncito de Twitter, el ejemplo más claro y cruel y acertado de cómo nos miente la tecnología.
Me molesta haber pasado de early-adopter a ludita.
Contadme algo. Volvamos a hablar como cuando éramos jóvenes y escribíamos emails personales o nos daban las 3 de la mañana hablando sobre Travis en el IRC.