Escribir con gafas violetas: 6 aspectos que siempre tengo en cuenta
Hace diez años hice unas prácticas en la Agencia Europea de los Derechos Humanos en Viena. Éramos un grupo de 17 becarios —becarias, que éramos mayoría— que hicimos piña y nos lo pasamos muy bien. El pasado noviembre conseguimos juntarnos la mitad para celebrar el décimo aniversario y, mientras desayunábamos el primer día, tuvimos un debate sobre feminismo. Que yo recuerde, en los cinco meses que pasamos juntos en el invierno de 2008 y 2009 nunca hablamos del tema (y fijaos en dónde trabajábamos).
No me gusta mucho la metáfora de las gafas violetas porque, al menos para mí, el proceso fue gradual: más como cuando se te van desempañando las gafas después de entrar en una cafetería en invierno o abrir un lavavajillas aún caliente. Es también un poco más exacto: no lo vemos de pronto todo a través de un filtro, sino que todo lo que antes era borroso va cobrando nitidez.
Pero a lo que iba: esta progresiva claridad o avioletamiento ha tenido también un impacto en mi forma (y fondo) de escribir. No es que antes me dedicara a la redacción de consignas machistas, pero cuando leo artículos escritos por mí hace ocho o seis años muchas veces encuentro detalles que sé que ahora enfocaría de forma distinta. Cosas que antes ni me planteaba y ahora me chirrían y me hacen parar, pensar y escribir de forma más consciente.
1. La elección de los temas
Hace un par de semanas empecé un hilo de disquefichas en el Twitter de Disquecool (un hilo que nunca continué, pero que prometo que iré ampliando) y por primera vez pensé que oh, vaya, las tres primeras disquefichas, en 2011, fueron a hombres. Luego es cierto que la cosa se equilibró y me atrevería a decir que tenemos más disquefichas cubiertas por mujeres que por hombres, pero también podéis estar seguros de que en 2011 no pensé en este tema ni una sola vez.
Ahora busco de forma consciente escribir sobre mujeres porque hay una balanza muy inclinada hacia un lado por el paso de los siglos que hay que ir reequilibrando. Y es fascinante encontrar un nombre, apuntarlo y lanzarse a la investigación. ¿Quién era? ¿Qué hizo? ¿Por qué nunca habíamos oído hablar de ella?
2. En el discurso narrativo
Cuando hace unos meses me puse a investigar sobre la pintora renacentista Artemisia Gentileschi para un artículo en Yorokobu, me llamó la atención que todos los textos en medios que encontré sobre ella seguían un mismo patrón: toda la obra de Artemisia era una venganza. ¿Lo dejó por escrito en algún diario o carta? Claro que no. Pero como (1) la violaron y (2) en sus cuadros pintaba a mujeres fuertes y activas, la crítica decidió establecer una causa-efecto totalmente infundada.
El problema de contar así la historia es que hace que un hecho traumático y puntual en el que ella no tuvo nada que ver (como agente), su violación, no solo empañe y haga sombra sobre toda su obra, sino que además le robe el mérito. Es casi como si tuviese que darle las gracias a su profesor de pintura por haberla violado, como si lo hubiese necesitado para pintar mujeres distintas al canon de la época.
3. En la búsqueda de fuentes expertas
Según un estudio publicado en 2017 y en el que se analizaron 14 números de El País y 14 de El Mundo de los años 2010 y 2011, alrededor 53% de las fuentes consultadas son hombres expertos (en ambos medios). Las mujeres expertas se quedan debajo del 10% (9,1% en El Mundo; 8,3% en El País). Y esto es solo un ejemplo. Ponte a contar en cualquier medio: las cosas han mejorado, pero no mucho. A veces las mujeres expertas son más difíciles de encontrar e incluirlas requiere un esfuerzo de búsqueda extra, pero afortunadamente cada vez hay más iniciativas para crear agendas de expertas en distintos ámbitos.
4. En los nombres
Tenemos a Dylan, a Lennon, a Bowie; pero a Janis, a Patti y a Amy. La elección es un poco capciosa, lo sé, porque Bob, John y David quizá no sean los nombres más originales del mundo, pero sí es cierto que tenemos tendencia a despojar a las mujeres de su apellido y referirnos a ellas por su nombre de pila, y en cambio a ellos dejarlos en un apellido. ¿El problema de esto? Es paternalista y sexista.
Yo tengo cierta tendencia a hablar de la gente por su nombre de pila (no cuando estoy citando a fuentes, ahí nunca), así que procuro tener cuidado con este tema y asegurarme de que, si hablo de hombres y de mujeres en un mismo artículo, no caigo en un «Soraya pero Rajoy». Con los nombres largos y sonoros me pierdo un poco (mirad el caso Artemisia), pero creo que hago lo mismo con los hombres.
En otro artículo para Yorokobu, sobre Rodolfo Valentino, cuando no me refiero a él por nombre y apellido, hablo tanto de Rodolfo como de Valentino como de Rudy (el nombre para los amigos). De ninguna de las mujeres hablo solo por su nombre de pila, y esto es a propósito.
5. En la elección de las palabras
Mi relación con el lenguaje inclusivo es complicada: estoy de acuerdo con que es necesario, pero ninguna de las soluciones propuestas me acaba de convencer (solo la de usar el femenino plural cuando las mujeres somos mayoría). Pero esto es un poco más al hablar; lo bueno de escribir es que tengo más tiempo y más libertad de maniobra. Así que lo que hago es jugar y dar la vuelta a las cosas cuando me encuentro preguntándome por qué estoy usando un género y no otro.
Por ejemplo, un día en un artículo me puse a hablar de «pilotos y azafatas» y nada más escribirlo me paré un poco enfadada. Enseguida le di la vuelta y lo dejé como «pilotas y azafatos». Quizá no se ajuste a la realidad —de momento—, pero era un texto en el que tenía esa libertad de juego. Y si alguien se para al leerlo porque le llama la atención y reflexiona un microsegundo, yo ya estoy contenta.
6. En el género de lo impersonal
«Es imposible no sentirse _______», «cuando un(x) llega a casa». Sé que esto antes lo escribía siempre en masculino. Ahora veo que no tiene sentido: son generalizaciones que parten un poco de la propia experiencia, así que «es imposible no sentirse contenta», «cuando una llega a casa». Si soy yo quien escribe, el impersonal es femenino.
Feliz resaca del 8 de marzo. Que el clamor feminista no decaiga. (Y contadme qué hacéis vosotras y así sigo desempañando mis gafas).