I was all covered in sound
Un día, contando qué había sentido en una ópera (no recuerdo cuál), dije que simplemente no había conseguido entrar en ella. Me pidieron más explicaciones y me encontré hablando de un río.
Cuando me imagino escuchando música, me imagino al lado de un río. Para disfrutarla, lograr esa pérdida de control y sentirme dentro de ella, tengo que meterme en el agua y dejar que me lleve la corriente. Hay música en la que no me cuesta mucho encontrar un lugar en la orilla por el que entrar; en otra, como me pasó en aquella ópera, no logro ni meter un pie en el agua. Después está mi experiencia favorita: la música riada, esa en la que yo no tengo mucho que decir. Voy tranquila paseando por la orilla y de pronto viene una ola y me arrastra y me encuentro totalmente sumergida y avanzando con velocidad hacia una catarata.
La música riada fue siempre mi favorita, pero lo es más ahora que cada vez me es más difícil escuchar música con la atención y detalle de antes. La culpa es de la edad, claro, pero también de que ahora podemos escucharlo todo y nos cuesta más centrarnos. Cada viernes Spotify nos hace su lista de novedades y cada viernes la escucho de fondo mientras trabajo, sin saber qué o quién. A veces, si algo me llama la atención, miro qué es, pero me olvido enseguida.
Hace unos meses mi amigo David me echó en cara, medio en broma medio en serio, que escucho música como él ve películas (hacía referencia a que siempre se quedaba dormido en el sofá). Él me preguntaba: «¿y escuchaste el último disco de xxx?» y yo siempre contestaba «sí, pero por encima», que era en realidad un «lo escuché —más bien lo oí— pero no me preguntes nada más porque mi cerebro no lo registró». La música riada me obliga a zambullirme, me impide hacer cualquier otra cosa a la vez. Me cubre de sonido.
De este 2019 tengo dos discos a los que sí he prestado atención, más por interés (salté feliz en ellos sin oponer resistencia al saber sus nombres) que por el efecto riada. Uno es del de Sharon Van Etten, que vive en mi cerebro todavía de la devastación que provocó hace unos años la riada A Crime. El otro es el de Better Oblivion Community Center, grupo que se han sacado de la manga Conor Oberst (Bright Eyes) y Phoebe Bridgers.
En la riada de Conor Oberst llevo muchos años sumergida, desde aquel verano en el que llegaba casi corriendo a la playa por el nerviosismo que me provocaba ir escuchando I’m Wide Awake, It’s Morning en mi discman. Phoebe es más reciente (porque, bueno, es también más joven).
En el disco de Better Oblivion Community Center hay una canción riada. Se llama Chesapeake y habla de música y de cosas que no entiendo. Y habla de lo que creo que siento cuando estoy dentro del río. I was all covered in sound (‘estaba todo cubierto de sonido’), dice en dos momentos. En uno está en un concierto siendo pequeño; en otro simplemente escuchando música (porque le piden que la baje y él ni se había dado cuenta de que estaba alta) (hablo en masculino porque la letra es de Conor). Y de pronto es como si a una sensación le hubiesen puesto palabras y no puedo parar de escucharla.
Las riadas hacen también que a veces tome decisiones impulsivas. Conor ya hizo que me fuese a pasar un verano a Viena en vez de a Berlín (y que me fuese mucho antes de lo planeado) porque daba un concierto. Ahora la riada Chesapeake me ha obligado también a reservar un vuelo a Köln en mayo. Si cierro los ojos me veo ya en el río del concierto, totalmente cubierta de ese sonido.
Mi lista de canciones riada: