Escribir, ser mujer y (sentirme) una impostora
A veces, cuando tengo que escribir algo que por alguna razón creo que está por encima de mis posibilidades, imagino que soy un hombre.
No un hombre cualquiera, sino uno de esos hombres: un macho alfa, un escritor convencido de su genio, de esos que en conferencias aprovechan el turno de preguntas para ofrecer su propia comparecencia y que interrumpen sin parar a su interlocutora con correcciones no siempre acertadas. Me lleno de esa seguridad y escribo. Porque claro que sé, claro que esto que estoy contando me va a traer mucho éxito y palmaditas en Twitter, claro que estoy descubriendo la pólvora y encima lo estoy haciendo con palabras y oraciones y párrafos perfectos. No escribo lo que escribiría ese personaje en el que me he convertido, pero sí lo hago con la misma furia y convencimiento. Sin mirar atrás.
Después releo y edito, pero ya es todo más fácil, porque lo difícil —arrancar y avanzar— ya lo hice mientras imaginaba un vaso de whisky y un cenicero lleno en la mesa.
El síndrome de la impostora no es algo exclusivamente femenino, pero en un mundo que a ellos los encumbra y a ellas las contiene, las razones por las que unos y otras nos sentimos un fraude son distintas. Fraude porque se te dan oportunidades de más; fraude porque no te las dan o sabes que si te las han dado eres una rareza.
¿Exageración? Algunos datos:
En los medios europeos, el 41% de los artículos están firmados por hombres; el 23% por mujeres. Según ese mismo estudio, en España son el 39% (hombres) y el 21% (mujeres) (analizaron El País, El Mundo, HuffPost y El Español).
Sin título, nosotras no llegamos muy lejos; ellos, sí. Cito del artículo Mujeres periodistas en España: análisis de las características sociodemográficas y de la brecha de género (publicado en El profesional de la información):
Curiosamente, cuando el salario aumenta hasta los 1.000 euros o más, la posesión del título universitario marca la diferencia entre los géneros, ya que dentro del segmento de periodistas sin título universitario que más ganan, los hombres suponen nueve de cada diez casos
Nos aceptan menos ideas. Una de las actividades principales de los periodistas freelance es ir de vez en cuando proponiendo temas e ideas para artículos a distintos medios (pitch, en inglés). Según una encuesta realizada por The Open Notebook, hombres y mujeres hacemos ese proceso de pitching de forma similar. La diferencia llega aquí: un 61% de los hombres y un 50% de las mujeres encuestados aseguró haberle insistido a un mismo editor con la misma idea tras un rechazo inicial. ¿El resultado de insistir? Un 61% de los hombres dicen que consiguen el encargo a veces, a menudo, o casi siempre; las mujeres se quedan en un 43%.
Esto no es un estudio, pero sí una historia muy significativa: la escritora Catherine Nichols se hartó de enviar su propuesta de novela (un ¿te envío el manuscrito?) a agentes y no recibir respuesta, así que se creó un email con el nombre George y volvió a hacerlo. De los 50 agentes a los que escribió como Catherine, solo dos le pidieron el manuscrito; de los 50 a los que escribió (exactamente lo mismo) como George, obtuvo 17 peticiones.
Ganamos menos premios literarios. De los 57 premios listados en Actualidad Literaria, solo 17 fueron ganados por mujeres (2017). (Lo he contado yo y solo una vez así que a lo mejor estos números no son exactos, pero sí dan una idea). Además, como demostró la autora Nicola Griffith en 2015, cuando las mujeres ganan premios literarios lo más probable es que sea con un libro protagonizado por hombres (de distintas edades) (analizó el Pulitzer, el Man Booker, el National Book Award, el NBCC, el Hugo Award y la Newbery Medal).
Después está también esta bonita historia destapada la semana pasada en Francia. ¿Quién ciberacosaba a las periodistas? LOS periodistas. Claro que no es que no estemos acostumbradas a comentarios de «no tienes ni idea» y cosas peores.
Son datos un poco sobre cosas diferentes, pero sí dan a entender que escribir y ser mujer (y pretender algo más allá de tu pura satisfacción personal, que eso nadie nos lo puede robar) es más difícil. La inseguridad y posterior bloqueo y síndrome de la impostora llegan tras emails con artículos o propuestas que se quedan sin respuesta o son rechazados; comentarios destructivos de gente que claramente no se ha leído el artículo pero hacen que te hierva la sangre igual; envíos a premios que siempre gana un hombre; ver a compañeros escalar profesionalmente sin ese título que a ti te pusieron como condición.
O quizá sea solo cosa mía.
Dejadme de todas formas que me imagine que soy ese personaje al que nunca querría conocer. Me ayuda a llegar al final de un texto, a enviar, a publicar. Pero no os preocupéis: nunca os interrumpiré mientras habláis y, en el poco probable caso de que hable en un turno de preguntas (recordad), será para preguntar y no para sentar una cátedra no solicitada.