Ofrecer té y ofrecer amor
Cuando hace un par de semanas devoré Gente normal, de Sally Rooney, noté cómo un mensaje nada subliminal se deslizaba en mi mente: quería té. No sé si pasa también en su primer libro, Conversaciones entre amigos, pero en este la presencia de las infusiones se extiende por las páginas y las empapa, siempre como muestra de cariño, de amor, de apoyo, o como algo de fondo que indica una situación cotidiana. Los personajes calientan agua, ofrecen té, se fijan en las tazas de té vacías.
Esos días intenté introducir un nuevo hábito en mi vida. Poner la tetera al fuego (hornillo eléctrico) mientras friego los platos después de cenar y tomarme una infusión con calma mientras leo antes de irme a la cama. Lo hice varios días y el resultado fue feliz. Tranquilidad y sueño profundo (esto también sin infusión, para qué engañaros) y una extraña sensación de calidez reconfortante. Dejé de hacerlo porque qué sé yo, la vida, pero intentaré volver.
Creo que si me llamó tanto la atención el tema del té es, además de porque no soy irlandesa ni británica, porque mi cerebro trazó una línea fina y directa hacia la primera vez que recuerdo que vi esa relación entre ofrecer té y ofrecer amor. En la canción I don’t know what I can save you from, Kings of Convenience (Eirik en particular) cantan sobre alguien a quien hacía tres años que no veían:
I had never really known you
But I realized that the one you were before,
Had changed into somebody for whom
I wouldn't mind to put the kettle on.
(Nunca te había conocido de verdad
Pero me di cuenta de que la persona que eras antes
Se había convertido en alguien por quien
No me importaría poner la tetera al fuego).
(La traducción es un poco libre).
Siempre me pareció una imagen muy tierna y muy clara y muy llena de significado. Un no le ofreces té a cualquiera, porque el té es calentito y te hace sentir mejor, el té es algo casi íntimo.
Yo siempre fui más de café que de té, pero admito que en momentos de extrema necesidad son las infusiones las que me salvan. Como aquella vez que hacía tanto calor un día de verano, de ese que hace que te encuentres mal, y Cris y yo seguimos la lógica del «si en el desierto beben té, será por algo» y nos hicimos unas infusiones y el efecto de reaclimatación y alivio fue instantáneo y maravilloso. O como cuando tienes gripe y todo lo que quieres es lo que mi madre llama «una agüita caliente».
[También es cierto que si pienso en ocasiones en las que alguien me ha ofrecido algo de comer o beber para sentirme mejor y mi cerebro lo registró como señal de cariño o amabilidad, lo primero que se me viene a la cabeza es un caluroso día de verano vienés en el que mi joven e idealista compañero de piso entró en mi habitación con una taza llena de trozos de sandía bien fría que dijo que había preparado para mí.]
Pero volvamos al calorcito. Supongo que algún inglés o alguna marca de té habrá hecho ya un estudio sobre por qué existe esa relación entre ofrecer una infusión y ofrecer hospitalidad o cariño o consuelo, no lo he buscado. Pero imagino que tiene que estar relacionado con el tema de darse un baño (agua caliente), y de esto sí sé que hay algún estudio que dice que la gente que vive sola que se da baños con frecuencia se siente menos sola que la que no lo hace.
No sé bien qué quiero contar con todo esto. Supongo que es este frío invernal que ha llegado esta semana que da ganas de quedarse en casa calentita entre mantas y libros. O que justo haya tenido que estar dos días sin calefacción por un radiador goteante. Escribí esto bebiendo un té que me ofrecí a mí misma.
Ziggy duerme encima del radiador por fin encendido. Escucho música y estoy a la luz de un flexo y una lámpara de pie. Hace frío fuera, pero en mi guarida ya no. Feliz diciembre, poned una manta más en la cama y escuchad a Kings of Convenience. Si venís por aquí, os ofreceré un té.