Lo que pasa cuando me sumerjo en mi huella digital
Mi huella digital es profunda, rastreable hasta hace al menos veinte años, el punto más alejado al que he conseguido llegar en mis excavaciones. El 4 de enero de 2004 empecé un blog. Pero, como la primera frase es «segundo intento», muy astutamente intuyo que hubo otro antes, perdido —creo— para siempre. Pienso a veces en descargarme todos esos archivos que tengo desperdigados como un caminito de mi vida en internet, pero una mezcla de pereza y tonta confianza en la permanencia de los fósiles virtuales hace que nunca me lo haya planteado en serio. Si no lo hice cuando Fotolog avisó de que cerraba, ¿por qué iba a hacerlo ahora? Hay también cierto fatalismo en mi inacción. Que desaparezca todo cuando tenga que desaparecer.
De mi Fotolog quedan dos textos pequeños, conservados gracias al buen hacer de Internet Archive. Uno es de junio de 2006. Digo que he ido a la feria del libro antiguo y de ocasión y que he comprado dos libros de Wordsworth Classics, uno de D. H. Lawrence y otro de Thomas Hardy. Le pido perdón a mi padre por gastar dinero en otras librerías. Critico que solo tengan libros infantiles de los malos. Explico que «yo nunca compro libros porque no me hace falta, porque los tengo en casa y en la librería. Pero de vez en cuando no está mal sentir lo que siente toda esa gente». Cuando cerró la librería, empecé a comprar libros y sentir esa pulsión. (¡Empecé hasta a frecuentar bibliotecas!).
La otra publicación que se conserva es sobre Manuela, mi bici vienesa, mi bici rosa y adorada que me llevó por toda la ciudad. La foto no se conserva, aunque sí se ve en pequeñito en una columna lateral. Quiero creer que si busco en discos duros y tarjetas SD aparecerá también, porque me da una pena tremenda no tener casi imágenes de ella.
He encontrado otra foto, subida en una entrada del blog que tenía en esa época.
A veces también pienso que lo ideal sería cruzar datos. Descargar todo ese archivo que vive en servidores de empresas malvadas y mezclarlo de alguna forma con el otro archivo, el analógico, que conservo en cuadernos, y con todas esas fotos que sé —que creo— que tengo. Adivino, de todas formas, que pasaría esto que ha pasado aquí: que entraría en bucles constantes y no avanzaría nada. Porque, aunque yo venía a hablar de mi huella digital sin tener muy claro qué quería contar, al final me he quedado enganchada a Manuela. Y ya solo quiero contar también que cuando me marché se la vendí a una amiga, así que volví a verla en 2017. Tenía sillín y manillar nuevos y estaba irreconocible. Pero me gustó que siguiera en activo, recorriendo la ciudad.
(Acabo este post tan desorganizado con Bishop Allen porque Manuela me llevó a su concierto).