El espacio mental
Mi cerebro aún no ha encontrado el camino de vuelta, ese que me lleva a pasar varios días pensando en lo que voy a escribir aquí. No estoy perdida del todo: sí tenía un tema, pero luego de pronto se me ocurrió otro y mi cabeza hizo una especie de cortocircuito mientras pensaba en que en realidad debería estar acabando un reportaje que tengo a medias. De todo ese barullo salió una tercera idea en la que llevo pensando unos meses. Quiero escribir sobre el espacio mental, pero, a la vez, nunca tengo el espacio necesario para desarrollar bien el tema.
El espacio mental del que hablo es el que permite escribir algo que después alguien leerá y de lo que pensará «qué bien escrito, qué bien estructurado, qué bien explicado y desarrollado». Es una sensación que tengo a veces al leer determinados textos que me dan una envidia tremenda porque intuyo el oxígeno y el espacio, las horas de darle vueltas a la idea, los recorridos que ha hecho el razonamiento antes de plasmarse tan diáfano y bonito en una pantalla. Yo llego casi siempre aquí por los pelos y, como parte de mi intención es publicar los miércoles a esta hora, debo hacerlo esté como esté lo que haya escrito. No es raro que, una vez aquí, me arrepienta de no haber hecho los deberes durante la semana. Los deberes consisten en dejar que la cabeza vuele sola.
Tras ese trabajo previo, en esos textos que envidio me parece intuir también un tiempo concreto y enfocado en organizar lo que se ha pensado. Yo siempre he sido bastante desastre para eso. Llego y escribo y, sí, ahora ya releo y a veces reescribo (en mi juventud no lo hacía), pero si no ha habido espacio mental es raro que una edición dé con esa estructura soñada.
Me imagino que esos textos salen de no rellenar todos nuestros segundos con cosas. De no mirar el móvil, de no leer, de no escuchar pódcasts para limpiar (pero cuándo si no y cómo encontrar la motivación para fregar algo), de no ver series o películas, de no cantar en el coche. Que yo creo que no lo hago, de verdad que a veces estoy sola con mis pensamientos porque tengo la suerte de que me gustan bastante y nos llevamos muy bien. Pero el ruido está siempre al lado y ese espacio que me dejo sigue siendo diminuto ante la enormidad de escribir algo que no sea una simple improvisación.
Cuando me pongo a la defensiva o escribo algo que considero que ha quedado muy bien, me digo que a lo mejor es una simple cuestión de estilos o de personalidad. A veces sí doy con la estructura perfecta y cada palabra encaja en el mejor lugar, pero suelo sentir que ha sido por pura suerte. O porque es algo que llevo pensando años, a lo que le doy vueltas antes de dormir o mientras me ducho, sin otro objetivo que pensar en algo que me interesa.
En el espacio mental pienso mucho, pero quizá no lo suficiente. Me da cierta pena que se quede con estos párrafos desdibujados y algo gaseosos. También me da algo de miedo que se malinterprete mi intención por culpa de lo borroso que está todo. Luego recuerdo que muchas veces leemos lo que queremos leer y no lo que pone y me sacudo un poco de esa culpa. Por otra parte, nada de esto es importante. El espacio mental sí lo es. Intentaré vaciarme de estímulos desordenados, al menos de vez en cuando. Los estímulos y el desorden están bien, pero también llegar a un sitio y notar que de pronto respiramos mejor.