El placer de la relectura
La primera vez que releí un libro, de adulta y de manera consciente, fue en 2020. El elegido fue Ada o el ardor, de Nabokov. Lo hice porque lo había comprado un par de años antes sin admitirme a mí misma que, si compraba un libro leído cuando era más joven, era porque iba a releerlo. Durante un tiempo estuvo esperando en la estantería de libros pendientes, donde supongo que se sentía un poco infiltrado. ¿Qué hacía allí si esa novela ya la había leído? ¿Cómo lo mirarían el resto de los libros que llevaban allí meses o años esperando su momento de gloria?
Pienso bastante en esto de la relectura precisamente por eso: porque fue un placer que me negué durante casi toda mi vida adulta. Desde que volví a sumergirme en Ada y en Van ese verano (no sé si fue en verano) casi como si estuviera haciendo algo prohibido, he abierto una pequeña caja de Pandora que me está haciendo muy feliz. En estos años, he releído La señora Dalloway, Persuasión, Orlando, La casa de la alegría, Sentido y sensibilidad (este sin enterarme, pero no es el momento de entrar en el tema de mi ridícula memoria) y El amante de Lady Chatterley, entre otros. Creo que son lecturas que disfruto más, en parte, por ser una repetición.
Muchas relecturas las hago porque alguien (yo) ha propuesto el libro para el club de lectura. Cuando no es así, el proceso suele ser este: de pronto, por lo que sea, pienso en un libro que me gustó mucho en su momento. Ese pensamiento es una semillita. Quizá por toda esa vida de no permitirme releer, intento ignorar los primeros brotes. Si tengo el libro en casa, quizá un día lo saque de la estantería y lo hojee un poco. En algunos casos, con la excusa de que soy una persona desordenada, lo dejaré en la mesa del café en vez de devolverlo a su sitio. Poco a poco, me lo voy admitiendo a mí misma: voy a releerlo. No suele pasar al estante de pendientes. Se queda esperando hasta el momento preciso. Acabo un libro, veo a ese antiguo amor hacerme ojitos (¿hojitas?) desde la mesa. Dejo de resistirme y me abandono a la relectura.
Como persona nueva en esto de las relecturas, me sorprenden varias cosas. Me sorprende engancharme igual incluso cuando recuerdo lo que va a pasar (no es lo habitual). Me sorprende haber olvidado detalles importantísimos y recordar otros que ahora no me parecen tan esenciales. Me sorprende aún más sentir que me sumerjo en un océano de emoción precisamente donde ya me pasó la última vez. Claro que no todos los finales son el final de La señora Dalloway.
La persona que no releía creía todavía que en la vida hay que intentar meter cuantas más cosas mejor. Y creía también que repetir un libro no era como repetir una canción, un disco, una película o una serie. Algo me decía que estaba mal hacerlo, habiendo tantos libros que quiero leer por primera vez. Supongo que con la edad he aceptado que no los voy a leer todos. Y también he aprendido que cada relectura es, en realidad, una lectura nueva.
Leí Persuasión por primera vez en 2020 —fue el libro que me sacó del parón lector del confinamiento— y lo releí en 2021. En algún momento bromeé con leerlo una vez al año y, aunque no lo hice, sé que podría. Sé ahora que en cada lectura se saca algo nuevo, se raspa bajo la superficie y aparecen texturas y figuras que no habíamos descubierto la primera vez. Es una especie de labor de arqueología y espionaje: detrás de una novela hay tanto que es algo presuntuoso creer que lo entendemos todo la primera vez. Sé que también está lo de que somos distintas personas en distintos momentos, pero no me apetece entrar ahí y caer en algún tipo de aforismo demasiado sobado.
La mesita del café está ahora mismo libre de libros ya leídos, pero en la mesilla de noche está desde hace unos meses, otra vez, La señora Dalloway. También sé que un día sacaré de la estantería Una habitación con vistas, porque está ya la semillita. Era muy joven cuando lo leí. Aunque de momento sigo paseando al borde de la piscina.